21 de abril de 2011

40 Años de reinado absolutista del Sultán de Omán


El sultán Qaboos, que ha celebrado sus 70 años de vida y 40 años de reinado este 18 de noviembre, es un monarca absoluto. Puede encarcelar a quien se le ocurra, cortarle la cabeza y ponerla en vinagre. Pero es, a la vez, un autócrata ilustrado y, siempre que todo el mundo haga lo que él dice, su gobierno, aunque estricto, es benigno. 
Ostenta los cargos de Primer Ministro, ministro de Asuntos Exteriores, ministro de Defensa y ministro de Finanzas y a pesar de su riqueza y poder, es considerado generalmente como un líder benévolo que tiene una política moderada. Se le conoce por su desinterés y generosidad, y en el libro del general Tommy Frank, Soldado Americano, se lo describe como un verdadero amigo de los Estados Unidos en la Guerra Antiterrorista, “con ninguna maldad, ninguna agenda secreta”. Aparte, atesora una incalculable fortuna, que le ha permitido mandar a construir la mezquita más grande del mundo, la Mezquita de Mascate, para cuya inauguración ordenó a tejer la alfombra más extensa del mundo.

Qaboos bin Said nació el 18 de noviembre de 1940 en Al–Husn, Salalah, Dhofar, siendo el primer hijo varón del sultán Said III y la sultana Mazoon. Perteneciente a la octava generación de la dinastía Banu Sayyidi, Qaboos recibió su educación primaria y secundaria en Salalah y en Pune, India, y asistió a un establecimiento de enseñanza privada en Inglaterra a partir de la edad de dieciséis. A los 20 ingresó en la Real Academia Militar de Sandhurst, Inglaterra, y después de graduarse se unió a un Regimiento de Infantería británico, y sirvió en el 4º Batallón en Alemania durante un año.

Después de su servicio militar, Qaboos recibió instrucción en lo referente a temas de gobierno local en Inglaterra y, después de una gira mundial, regresó a su hogar en Salalah, donde estudió el Islam y la historia de su país. El 27 de julio de 1970, apoyado por el gobierno británico, ascendió al trono de su país unificando los sultanatos de Mascate y Omán bajo el nombre de “Sultanato de Omán”. Su padre y antecesor, el sultán Said, se encontraba gobernando cada vez más erráticamente. Durante su reinado incluso el uso de anteojos fue prohibido, y el sultán impartió severas penas a las personas que aparecieran en sus sueños mientras dormía. Los fumadores hallados in fraganti eran azotados en público para, se explicaba, obligarles a proteger su salud, de la que, desde luego, no podía hacerse cargo un sistema sanitario muy deficiente que sólo contaba con un hospital de 12 camas en la capital.

En el resto del país, los “djinns” (demonios) del cuerpo enfermo eran expulsados aplicando sobre el pecho y la frente hierros incandescentes, que obviamente no pudieron erradicar la malaria, la tuberculosis, la lepra y una mortandad infantil del 75%. Nadie estuvo a salvo de la paranoia del sultán, ni siquiera a su propio hijo, Qaboos, que fue mantenido bajo arresto domiciliario virtual en el palacio del sultán en Salalah. La nación estaba estancada y predominaba el descontento. No sorprende que muchos omaníes jóvenes y con talento, pero frustrados, abandonaran el sultanato. “Si los británicos perdieron la India”, repetía en su palacio el sultán Said, “es porque enseñaron a leer a sus habitantes”.

Coincidiendo con la retirada británica del Golfo, a fines de la década del ‘60, Said III fue obligado a abdicar a favor de su hijo, que tomó las riendas del gobierno en julio de 1970 e inmediatamente volvió a Mascate para ser saludado y aclamado por el pueblo como su nuevo sultán y salvador. El joven sultán prometió abolir las anticuadas leyes y restricciones, desarrollar la educación y la atención médica y los contactos internacionales. Recibió amplias aclamaciones, pero tanto el golpe como la manera en que se produjo causaron gran angustia entre el padre y el hijo, y todavía hoy Qaboos se niega a hablar del asunto. El destronado Said pasó sus últimos dos años de vida en el Hotel Dorchester de Londres, y rara vez solía salir de su suite, hasta su muerte en 1972. Él está enterrado en el cementerio de Brookwood, en Woking, Surrey, Inglaterra, aunque también se afirma que está sepultado en el Cementerio Real de Mascate. Nadie sabe.

El sistema político que establecido por Qaboos en aquel momento es el de una monarquía absoluta que todavía persiste, y a diferencia de la situación en la vecina Arabia Saudita, las decisiones del sultán no están sujetas a modificación por otros miembros de la familia real. Las decisiones del Gobierno se dice que están realizadas a través de un proceso de toma de decisiones por “consenso” con las leyes federales, provinciales, locales y representantes tribales, aunque los críticos alegan que Qaboos ejerce de facto el control de este proceso.

Además, regularmente participa en giras por todo su reino, en las que cualquier ciudadano con una queja o solicitud tiene (al menos en teoría) el permiso para ser recibido por el sultán en persona. Más recientemente, en junio de 1997 el sultán Qaboos amplió la participación popular femenina en un decreto real que permitía a las mujeres de todo el país postularse para una elección. En las elecciones de octubre de 1997 el Gobierno eligió dos mujeres para desempeñar funciones en el Majlis Al–Shura (Asamblea Consultiva). En diciembre de 1997 el sultán designó cuatro mujeres al Majlis Al–Dawla (Consejo de Estado), integrado por 41 miembros. Hasta el momento, sin embargo, este parlamento carece de poder político sustancial.

Entre su pueblo, el monarca goza de gran popularidad y respeto, por los grandes logros realizados durante su reinado en cuanto a la modernización del pequeño sultanato. “El día que el sultán vino a Mascate desde Salalah fui con mi padre y mi abuelo a recibirle al aeropuerto, entonces apenas una pista. Nos prometió cambio y hoy, 40 años después, resulta evidente que ha cumplido su promesa”, resume Saleh Zakwani, director ejecutivo del principal grupo editorial omaní. “Tenemos suerte”, explica el director del periódico Oman Daily Observer, Fahmi Al Harty, “porque nuestro líder es honesto con nosotros y con el país. Incluso las aldeas más remotas tienen centros de salud, escuelas, carreteras, electricidad y agua corriente. Y los servicios tienen nivel internacional. El gran reto que afrontamos son los recursos humanos: la educación y la mejora de la formación profesional de nuestros hijos e hijas. Tenemos que imbuirles el respeto a todo tipo de trabajos y acabar con la cultura de que unos son más aceptables que otros”. Como el del resto de los interlocutores en Omán, su discurso suena oficialista a oídos occidentales, pero aunque algunos periodistas hayan sido interrogados por criticar al Gobierno, este país no es una autocracia despiadada. Sin embargo, fuentes diplomáticas occidentales aseguran que los derechos humanos siguen siendo un tema tabú. “Son frecuentes los abusos con los trabajadores extranjeros en cuanto al trato y los salarios”, explican. Un tercio de los 3,2 millones de habitantes son inmigrantes (entre ellos, 600.000 indios y 200.000 paquistaníes). Aun así, conversaciones sueltas mantenidas al margen de la visita (que, como todas las de periodistas, organiza el Ministerio de Información) revelan que estos trabajadores se sienten mejor acogidos que en otros países de la zona.
Por lo pronto, el problema más candente que enfrenta el poderoso pero septuagenario monarca es el de la sucesión, un tema del que Qaboos rara vez comenta en público. Aunque goza de buena salud, el sultán, que estuvo brevemente casado, no ha tenido hijos, y, en un régimen tan carismático como el de Qaboos, desconocer quién va a tomar el relevo suscita incertidumbres. “El sucesor está elegido”, discrepa un omaní conocedor de los círculos del poder. “Otra cosa es que no se haya anunciado porque los ibadíes elegimos al imám y no es costumbre designar sucesor”, explica tras pedir el anonimato ante lo delicado del asunto. Según la Constitución promulgada en 1996, el futuro sultán debe ser “un musulmán maduro y juicioso e hijo de padres musulmanes y omaníes”, descendiente de Sayyid Turki bin Said bin Sultan, antepasado de Qaboos en quinta generación.

El sultanato de Omán es el tercer país más grande de la Península Arábiga. Está ubicado estratégicamente en la punta suroriental, rodeado por la república de Yemen, el reino de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. El resto de sus fronteras es mar, algo que ha marcado la historia de este país cuyo dominio marítimo se extendía hasta Zanzíbar, la exótica isla del este africano. Su ubicación estratégica también le valió un par de invasiones: la portuguesa en el siglo XVI y la persa en el XVII. Según los nativos, Simbad el marino, la Reina de Saba, el bíblico Job y los Reyes Magos pasaron por Omán. Es una nación rica en tradiciones que son el resultado de mezclas e intercambios con África, la India, Persia y Arabia.
Darío Silva D'Andrea

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