El sultán Qaboos, que ha celebrado sus 70 años de vida y 40
años de reinado este 18 de noviembre, es un monarca absoluto. Puede encarcelar
a quien se le ocurra, cortarle la cabeza y ponerla en vinagre. Pero es, a la
vez, un autócrata ilustrado y, siempre que todo el mundo haga lo que él dice,
su gobierno, aunque estricto, es benigno.
Qaboos bin Said nació el 18 de noviembre de 1940 en Al–Husn,
Salalah, Dhofar, siendo el primer hijo varón del sultán Said III y la sultana
Mazoon. Perteneciente a la octava generación de la dinastía Banu Sayyidi,
Qaboos recibió su educación primaria y secundaria en Salalah y en Pune, India,
y asistió a un establecimiento de enseñanza privada en Inglaterra a partir de
la edad de dieciséis. A los 20 ingresó en la Real Academia Militar de
Sandhurst, Inglaterra, y después de graduarse se unió a un Regimiento de
Infantería británico, y sirvió en el 4º Batallón en Alemania durante un año.
Después de su servicio militar, Qaboos recibió instrucción
en lo referente a temas de gobierno local en Inglaterra y, después de una gira
mundial, regresó a su hogar en Salalah, donde estudió el Islam y la historia de
su país. El 27 de julio de 1970, apoyado por el gobierno británico, ascendió al
trono de su país unificando los sultanatos de Mascate y Omán bajo el nombre de
“Sultanato de Omán”. Su padre y antecesor, el sultán Said, se encontraba
gobernando cada vez más erráticamente. Durante su reinado incluso el uso de
anteojos fue prohibido, y el sultán impartió severas penas a las personas que
aparecieran en sus sueños mientras dormía. Los fumadores hallados in fraganti
eran azotados en público para, se explicaba, obligarles a proteger su salud, de
la que, desde luego, no podía hacerse cargo un sistema sanitario muy deficiente
que sólo contaba con un hospital de 12 camas en la capital.
En el resto del país, los “djinns” (demonios) del cuerpo
enfermo eran expulsados aplicando sobre el pecho y la frente hierros
incandescentes, que obviamente no pudieron erradicar la malaria, la
tuberculosis, la lepra y una mortandad infantil del 75%. Nadie estuvo a salvo
de la paranoia del sultán, ni siquiera a su propio hijo, Qaboos, que fue
mantenido bajo arresto domiciliario virtual en el palacio del sultán en
Salalah. La nación estaba estancada y predominaba el descontento. No sorprende
que muchos omaníes jóvenes y con talento, pero frustrados, abandonaran el
sultanato. “Si los británicos perdieron la India”, repetía en su palacio el
sultán Said, “es porque enseñaron a leer a sus habitantes”.
Coincidiendo con la retirada británica del Golfo, a fines de
la década del ‘60, Said III fue obligado a abdicar a favor de su hijo, que tomó
las riendas del gobierno en julio de 1970 e inmediatamente volvió a Mascate
para ser saludado y aclamado por el pueblo como su nuevo sultán y salvador. El
joven sultán prometió abolir las anticuadas leyes y restricciones, desarrollar
la educación y la atención médica y los contactos internacionales. Recibió
amplias aclamaciones, pero tanto el golpe como la manera en que se produjo
causaron gran angustia entre el padre y el hijo, y todavía hoy Qaboos se niega
a hablar del asunto. El destronado Said pasó sus últimos dos años de vida en el
Hotel Dorchester de Londres, y rara vez solía salir de su suite, hasta su
muerte en 1972. Él está enterrado en el cementerio de Brookwood, en Woking,
Surrey, Inglaterra, aunque también se afirma que está sepultado en el
Cementerio Real de Mascate. Nadie sabe.
El sistema político que establecido por Qaboos en aquel
momento es el de una monarquía absoluta que todavía persiste, y a diferencia de
la situación en la vecina Arabia Saudita, las decisiones del sultán no están
sujetas a modificación por otros miembros de la familia real. Las decisiones
del Gobierno se dice que están realizadas a través de un proceso de toma de
decisiones por “consenso” con las leyes federales, provinciales, locales y
representantes tribales, aunque los críticos alegan que Qaboos ejerce de facto
el control de este proceso.
Además, regularmente participa en giras por todo su reino,
en las que cualquier ciudadano con una queja o solicitud tiene (al menos en
teoría) el permiso para ser recibido por el sultán en persona. Más
recientemente, en junio de 1997 el sultán Qaboos amplió la participación
popular femenina en un decreto real que permitía a las mujeres de todo el país
postularse para una elección. En las elecciones de octubre de 1997 el Gobierno
eligió dos mujeres para desempeñar funciones en el Majlis Al–Shura (Asamblea Consultiva).
En diciembre de 1997 el sultán designó cuatro mujeres al Majlis Al–Dawla
(Consejo de Estado), integrado por 41 miembros. Hasta el momento, sin embargo,
este parlamento carece de poder político sustancial.
Entre su pueblo, el monarca goza de gran popularidad y
respeto, por los grandes logros realizados durante su reinado en cuanto a la
modernización del pequeño sultanato. “El día que el sultán vino a Mascate desde
Salalah fui con mi padre y mi abuelo a recibirle al aeropuerto, entonces apenas
una pista. Nos prometió cambio y hoy, 40 años después, resulta evidente que ha
cumplido su promesa”, resume Saleh Zakwani, director ejecutivo del principal
grupo editorial omaní. “Tenemos suerte”, explica el director del periódico Oman
Daily Observer, Fahmi Al Harty, “porque nuestro líder es honesto con nosotros y
con el país. Incluso las aldeas más remotas tienen centros de salud, escuelas,
carreteras, electricidad y agua corriente. Y los servicios tienen nivel
internacional. El gran reto que afrontamos son los recursos humanos: la
educación y la mejora de la formación profesional de nuestros hijos e hijas.
Tenemos que imbuirles el respeto a todo tipo de trabajos y acabar con la
cultura de que unos son más aceptables que otros”. Como el del resto de los interlocutores
en Omán, su discurso suena oficialista a oídos occidentales, pero aunque
algunos periodistas hayan sido interrogados por criticar al Gobierno, este país
no es una autocracia despiadada. Sin embargo, fuentes diplomáticas occidentales
aseguran que los derechos humanos siguen siendo un tema tabú. “Son frecuentes
los abusos con los trabajadores extranjeros en cuanto al trato y los salarios”,
explican. Un tercio de los 3,2 millones de habitantes son inmigrantes (entre
ellos, 600.000 indios y 200.000 paquistaníes). Aun así, conversaciones sueltas
mantenidas al margen de la visita (que, como todas las de periodistas, organiza
el Ministerio de Información) revelan que estos trabajadores se sienten mejor
acogidos que en otros países de la zona.
Por lo pronto, el problema más candente que enfrenta el
poderoso pero septuagenario monarca es el de la sucesión, un tema del que
Qaboos rara vez comenta en público. Aunque goza de buena salud, el sultán, que
estuvo brevemente casado, no ha tenido hijos, y, en un régimen tan carismático
como el de Qaboos, desconocer quién va a tomar el relevo suscita
incertidumbres. “El sucesor está elegido”, discrepa un omaní conocedor de los
círculos del poder. “Otra cosa es que no se haya anunciado porque los ibadíes
elegimos al imám y no es costumbre designar sucesor”, explica tras pedir el
anonimato ante lo delicado del asunto. Según la Constitución promulgada en
1996, el futuro sultán debe ser “un musulmán maduro y juicioso e hijo de padres
musulmanes y omaníes”, descendiente de Sayyid Turki bin Said bin Sultan,
antepasado de Qaboos en quinta generación.
El sultanato de Omán es el tercer país más grande de la
Península Arábiga. Está ubicado estratégicamente en la punta suroriental,
rodeado por la república de Yemen, el reino de Arabia Saudita y los Emiratos
Árabes Unidos. El resto de sus fronteras es mar, algo que ha marcado la
historia de este país cuyo dominio marítimo se extendía hasta Zanzíbar, la
exótica isla del este africano. Su ubicación estratégica también le valió un par
de invasiones: la portuguesa en el siglo XVI y la persa en el XVII. Según los
nativos, Simbad el marino, la Reina de Saba, el bíblico Job y los Reyes Magos
pasaron por Omán. Es una nación rica en tradiciones que son el resultado de
mezclas e intercambios con África, la India, Persia y Arabia.
Darío Silva D'Andrea