El tercer hombre más rico del mundo, el rey Abdallah de
Arabia Saudita (de 86 años), vive uno de los momentos más complicados de la
historia de su país, el más crítico desde la Guerra del Golfo. La agitación
popular en Egipto, Libia, Túnez y Bahrein, ha puesto en la cuerda floja a la
poderosísima dinastía Al-Saud. Además, la salud del rey crea preocupación sobre
el porvenir del país más influyente de la región, comenzando a agitarse los
ánimos entre los 8.000 príncipes que anhelan la Corona.
Esta familia es lo más parecido a Alí Babá y los Cuarenta
Ladrones, sólo que los príncipes son 8.000, provenientes de varios cientos de
príncipes y una veintena de esposas por cabeza. En total, 15.000 individuos que
no trabajan, pero con un sueldo de US$ 100 millones que les sirve para mantener
palacios en la Costa Azul, yates en Marbella, y apartamentos de lujo en Nueva
York. La Casa Real percibe el 0,3 % del presupuesto nacional, cuyos ingresos
por la exportación de petróleo reportan US$ 20.000 millones al año. La revista
Forbes estableció en 2008 que el rey Abdallah ocupa el tercer puesto en la
lista de las personas más ricas del mundo, con un patrimonio de US$ 21
billones.
Desde que el jeque Abdulaziz bin Saud fundó el reino en
1932, los Al-Saud han ocupado todas las posiciones políticas clave dentro del
reino. Cinco de sus 145 hijos (Saud, Faisal, Jalid, Fahd y Abdallah) han sido
reyes desde 1953 hasta hoy, y los miles de príncipes restantes (hijos, nietos y
bisnietos de Abdulaziz) lo controlan todo: el Ejército, la Guardia Nacional, la
religión, el poder político, el diplomático, el financiero, y los medios de
comunicación, incluidos Twitter y Facebook. Cualquier protesta o crítica contra
la monarquía se ahoga con la mayor dureza y rapidez posible.
La rebelión en Bahrein y la posible caída del rey Hamad
al-Jalifa han avivado el nerviosismo de otras monarquías del Golfo,
especialmente la de Arabia Saudita, que envió mil soldados y vehículos
militares en respuesta a la petición del rey Hamad. Los reyes árabes,
principalmente Abdallah, temen por la caída de Hamad, porque si la revuelta
popular triunfara sería incentivo suficiente para que otros países del Oriente
Medio se armaran de coraje y dejaran a sus monarcas sin trono.
Arabia Saudita aún no padeció las masivas revueltas que
últimamente sacuden al mundo árabe, pero el disentimiento crece mientras los
disturbios se apoderan de los países vecinos. Es inevitable que aumenten las
demandas de reforma política en momentos en que la democracia comienza a
arraigarse en la región, e incluso académicos y escritores, y representantes de
la población minoritaria chiíta musulmana llegaron a pedir al rey Abdallah que
llevara el país hacia una monarquía constitucional.
Numerosos manifestantes desarrollaron el 11 de marzo una
"Jornada de Rabia" y la Policía y vehículos antimotines patrullaron
el centro de Riad, la capital. Además, se instalaron controles de seguridad
alrededor de la mezquita Al-Rajhi. Según el diario español La Vanguardia,
activistas sauditas en Internet llegaron a programar protestas masivas en todo
el país en favor de un gobierno democrático y constitucional y en remplazo de
la monarquía. Sin embargo, las leyes contra las manifestaciones y la fuerte vigilancia
policial intimidaron a la mayoría de los potenciales activistas.
El rey, en una inusual aparición en TV, anunció nuevas
medidas económicas para apoyar a los empleados públicos, a los desempleados y a
los estudiantes. Todo con el objetivo de procurar que la población del país no
se lance a reclamos como las que afectan a otros países de la región. Abdallah
destinará fondos extras a las áreas de la vivienda y de la educación para que
los sauditas puedan cursar estudios en el exterior y de la seguridad social,
según informa la BBC. Como explica Madawi Al-Rasheed, profesora de Antropología
de la Religión del King’s College de Londres: “El rey tratará ahora de absorber
las demandas de cambio político y presentarlas como demandas económicas”.
Al mismo tiempo, el rey pidió evitar manifestaciones, y
advirtió que las fuerzas de seguridad aplastarán cualquier intento de socavar
la estabilidad del reino, reafirmando la imagen de "reino del terror"
que siempre han dado los Al-Saud, cuya cabeza gobierna con mano de hierro. Este
es el único país del mundo donde la guillotina sigue vigente. Cortar la cabeza
con una espada a los asesinos (en la Plaza de la Justicia, en Riad), las manos
de los ladrones y el apedrear a los adúlteros son los métodos utilizados para
castigar el asesinato, la apostasía, la conspiración contra el gobierno, el
hurto y el tráfico de drogas y hasta la homosexualidad.
Practicar abiertamente otras religiones se castiga
duramente, y la posesión de símbolos religiosos no islámicos (como rosarios,
crucifijos o Biblias) significa la detención inmediata. No hay cines, ni
teatros, ni música en Arabia, el único país del mundo que prohíbe a las mujeres
conducir. Tampoco pueden votar, y sólo pueden salir a la calle cubiertas de
pies a cabeza y acompañadas de algún pariente varón. Padres, hermanos o hijos
deben dar su consentimiento para que ellas puedan viajar, trabajar o estudiar.
Los mutawa’in (policía religiosa) no dudan en repartir palizas y flagelaciones
en plena calle a quienes infrinjan las normas de comportamiento. Y no es que
los saudíes hayan copiado a sus correligionarios afganos, los talibanes. Sino
al revés.
Los escritores Alain Gresh y Dominique Vidal, en su libro
The New A-Z of The Middle East, explican: “No es por accidente que Arabia
Saudita lleve el nombre de la familia gobernante: desde que se creó, el país ha
sido gestionado por la dinastía Saud como si fuera su propiedad privada”. El
problema es que los príncipes situados en lo más alto de la jerarquía de esta
monarquía han alcanzado ya los 70 u 80 años de edad, y los 8.000 varones
descendientes del rey Abdulaziz, que ocupan estratégicamente los puestos de
influencia, son los que deberán ponerse de acuerdo a la hora de nombrar al
futuro rey, por lo que la estabilidad del país, principal proveedor de petróleo
del mundo, depende, sencillamente, de las buenas y sanas relaciones familiares.
Hace unos meses el rey Abdallah tuvo que ser operado por una
hernia de disco. Su hermanastro, el príncipe heredero Sultan, octogenario ministro
de Defensa, sufre también graves problemas de salud que podrían impedirle su
llegada al trono. Fue operado de cáncer en 2008 y 2009, y llevaba un año de
convalecencia en el extranjero cuando fue llamado a hacerse cargo de la
regencia por la enfermedad del rey. Su salud, según reveló el diario ABC de
España, es mucho más frágil que la de Abdallah.
Los expertos indican que el “número tres” del reino, el
príncipe Nayif -de 76 años-, ministro del Interior desde 1975, garantiza la
continuidad del liderazgo y cuenta con grandes opciones de convertirse en rey.
La diplomacia y los Gobiernos internacionales no ocultan sus preocupaciones por
el porvenir de las tímidas reformas impulsadas por el rey Abdallah en materia
judicial, educativa y económica, si se produce el ascenso al trono del
conservador Nayif, un ultra tradicionalista en materia religiosa y social que
cuenta con importantes apoyos entre la Corte Saudita.
Mientras los medios de comunicación oficiales difunden la
imagen de unidad familiar, las tensiones persisten entre los principales
aspirantes a convertirse en el próximo monarca. La tercera y cuarta generación
del clan Saud están divididas no sólo por afiliación política y religiosa, sino
que además sus edades van de los 20 a los 90 años, pero los jóvenes están
tomando cada vez más protagonismo en la política nacional. Y todos esperan su
turno para reinar.
DARÍO SILVA D'ANDREA