Mientras Japón intenta levantarse de entre las ruinas, buscar a sus víctimas, y luchar contra una inminente catástrofe nuclear, la gran pregunta es qué papel cumple dentro de toda esta historia el emperador japonés, Akihito.
Descendiente de una línea dinástica de 125 emperadores, que
fija sus orígenes divinos en el año 2600 a. C., el septuagenario Akihito es un
hombre cálido, sencillo y muy agradable que lleva 22 años en el Trono del
Crisantemo. Pero a diferencia de sus 124 antecesores, considerados dioses,
recibió la corona de una monarquía constitucional cuyos poderes y privilegios
están estrictamente delimitados por la Constitución. El emperador es, por
tanto, un emperador sin imperio, a quien la tradición marca no llamar por su
nombre sino hasta una vez que ha muerto, y al que no se puede mirar
directamente a los ojos.
El estricto protocolo le impide al soberano hablar, comprar,
o salir del palacio sin permiso del Gobierno, y toda su vida está regida y
planeada de antemano con la estricta supervisión del parlamento y la Kunaicho,
o Agencia Imperial, formada por 1.200 funcionarios al servicio de sus
majestades que velan por el mantenimiento de las tradiciones más antiguas,
estableciendo lo que debe y lo que no se debe hacer en el ámbito imperial.
Entre las cosas que se le exigen ahora, está el hecho de recluirse
temporalmente a guardar luctuoso silencio y llorar con dignidad las pérdidas
que sufre Japón.
El diario Yomiuri difundió un mensaje de condolencias de la
Casa Imperial a las familias de los heridos, muertos y desaparecidos en la
tragedia. Allí también felicitaban a los equipos de rescate que aún continúan
rastrillando miles de kilómetros arrasados. Esa fue la única comunicación hasta
el momento.
Según un portavoz de la Kunaicho, el emperador y su esposa,
la emperatriz Michiko, han decidido quedarse a oscuras y en silencio durante un
tiempo indeterminado para solidarizarse con los japoneses, y ahorrar energía,
según publicó el diario español ABC que citó al diario nipón Nikkei. También
optaron por cerrar hasta nuevo aviso el Palacio Imperial, salvo para realizar
actos protocolarios como la presentación de credenciales por parte de nuevos
diplomáticos extranjeros y no saldrán al exterior excepto que sea necesario
para conservar energía. Como hicieron en los años '90, luego de que un fuerte
terremoto en Kobe cobrara cientos de víctimas, Akihito y Michiko guardarán un
luto que quizás dure años, sin salir de Japón.
En la cultura occidental esto sería visto como un signo de
terrible desprecio hacia las víctimas y de falta de respeto hacia quienes han
perdido un ser amado. Pero Japón es único. El papel de Akihito es el de
mantenerse en el elevado ámbito, de la moral, lejos de la política y las
páginas de información social, y es por eso que en Japón no sorprende su
silencio. Lo más sorprendente es que los japoneses no esperen su intervención
ni una palabra de aliento.
Un profesor de cultura japonesa, Yasuo Ohara, catedrático de
la universidad de Kokugakuin, de Tokio, lo explicó en términos sucintos: “Lo
que la gente espera es un emperador que esté por encima de la existencia
mundana”. El peligro reside en que con ello el emperador podría llegar a ser
alejado de la vida cotidiana y la monarquía podría ser vista como un elemento
de poca importancia, como ya opinan ciertos sectores de la sociedad,
especialmente los jóvenes: “El emperador no significa nada para los de mi
generación”, dice un joven empresario de Tokio. “Toda una generación de jóvenes
ignora quién es el emperador. El palacio necesita demostrar un poco más de
apertura”, agrega.
DARIO SILVA D’ANDREA
Publicado en PERFIL.COM