26 de abril de 2011

Las otras grandes bodas reales de la Familia Real Británica

Así fueron las últimas grandes bodas de la Familia Real Británica



El Rey Jorge V y la Reina María (1893)

La Princesa María de Teck (“May”) nació y creció en Inglaterra debido a que su padre, de origen alemán, estaba casado con una princesa de la familia real británica, María Adelaida de Cambridge, prima de la reina Victoria.

En diciembre de 1891 fue comprometida con su primo segundo, el príncipe Alberto Víctor, hijo mayor del príncipe de Gales.

La elección de María como novia del duque se debió en parte al gran cariño que sentía por ella la reina Victoria, así como también por su carácter fuerte y su sentido del deber.

Sin embargo, Alberto Víctor murió de neumonía seis semanas después del compromiso, durante la pandemia de influenza que abatió a la Gran Bretaña en el invierno de 1891-1892.

A pesar de este revés, la reina Victoria siguió favoreciéndola como candidata ideal para casarse con un futuro rey.

Su relación con el hermano de Alberto, el príncipe Jorge, duque de York -ahora en segundo lugar en la línea de sucesión al trono—, se estrechó evidentemente durante el periodo de luto compartido. Se comprometieron en mayo de 1893 y se enamoraron profundamente.

Su matrimonio fue exitoso. Jorge le escribía diariamente cuando estaban separados y a diferencia de su padre jamás tuvo amantes. En 1910, tras la muerte de su padre, el Jorge fue entronizado como Jorge V.

La Princesa María y Lord Harewood (1922)

Alta y distinguida, con un rostro que demostraba lejanía y algo de frialdad, la Princesa María –hija de Jorge V y María de Teck- heredó de su madre el alto sentido del deber y la responsabilidad.

Su compromiso lo anunció el rey, en noviembre de 1921: “Con gran placer el rey y la reina anuncian el compromiso de su amada hija, la princesa María, con el vizconde Lascelles, D.S.O., hija mayor del Conde de Harewood. En un consejo celebrado en el Palacio de Buckingham esta mañana, Su Majestad ha declarado su consentimiento al matrimonio”.

El enlace se celebró el 28 de febrero de 1922, en la Abadía de Westminster con lord Henry Charles George Lascelles, vizconde de Lascelles, el hijo mayor del acaudalado Henry Lascelles, 5º duque de Harewood, y lady Florence Bridgeman.

La unión entre la princesa y un aristócrata respondía a las nuevas épocas, y a la costumbre iniciada por la princesa Luisa de Inglaterra (hija de la reina Victoria) que se había casado en 1889 con el duque de Fife, de una familia escocesa de barones descendientes de David Duff, que vivió en el siglo XV, poniendo fin a la tradición inglesa de casarse con príncipes extranjeros.

El Rey Jorge VI y la Reina Isabel (1923)

Isabel Bowes-Lyon rechazó una y otra vez las propuestas de su enamorado príncipe Alberto.

La reina María le decía a su hijo: “Si ella te acepta, serás un hombre afortunado”. Pero Isabel rechazó a Bertie no una vez, sino dos. Tenía miedo de que, como miembro de la realeza, nunca, nunca, volvería a ser libre de pensar, hablar o actuar.

Finalmente, durante un paseo, tartamudeando del nerviosismo, Alberto escribió en un papel su propuesta de matrimonio y ella, embelesada ante la sinceridad y la sencillez del príncipe, por fin aceptó.

El 26 de abril de 1923, Isabel abandonó su hogar familiar de Londres, en el 17 de Bruton Street, para dirigirse a la abadía de Westminster con un chal de armiño sobre los hombros que la protegía del frío de la mañana primaveral.

Bajo el chal, lucía un trajo de novia inspirado en la Edad Media, diseñado por Handley Seymour, con una cola de encaje de Nottingham y un velo de encaje que la reina María le había prestado para la ocasión.

La ceremonia fue bastante sencilla, ya que el rey Jorge V había insistido en que no se incurrieran en gastos innecesarios. Después de todo, como los cortesanos puntualizaron rápidamente, el duque de York era el segundo hijo y no el heredero de la corona. En 1936, tras la abdicación de Eduardo VIII, Alberto quedó convertido en el Rey Jorge VI.

Boda del Príncipe Jorge, Duque de Kent, y la Princesa Marina de Grecia (1934)


El 29 de noviembre de 1934, la hermosa Princesa Marina de Grecia quedó convertida en esposa del príncipe Jorge, quinto hijo de Jorge V. Como digna descendiente de emperadores, la madre de Marina, la imperiosa Gran Duquesa Elena de Rusia, mandó a reimprimir, ante el desagrado de los reyes de Inglaterra, las invitaciones a la boda realizadas por la Corte Inglesa, porque se referían a ella y su esposo como “Su Alteza Real el Príncipe y la Princesa Nicolás de Grecia”. Las nuevas invitaciones mandadas a hacer por ella dijeron “Su Alteza Real el Príncipe Nicolás y Su Alteza Imperial y Real la Princesa”.

El cortejo nupcial desfiló triunfal por las abarrotadas calles de Londres, y estaba compuesto por reyes, reinante o no, y decenas de Altezas Reales e Imperiales. La novia, espléndida, estuvo acompañada de un grupo de atractivas damas de honor entre las que se encontraban sus primas las princesas Irene, Eugenia y Catalina de Grecia y Kira de Rusia, y la princesa heredera Juliana de Holanda.

Los miembros más antiguos del aparato cortesano británico quedaron encantados con la princesa venida de Grecia, y dijeron no haber visto una dama tan regia y hermosa desde los tiempos de la Emperatriz Eugenia de Montijo. “Fue una fiesta magnífica –declaró uno de ellos—, nos recordó el esplendor de las bodas de antes de la guerra. La princesa Marina estaba radiante y feliz y sus bellos dotes nos han impresionado”.

Boda del Príncipe Enrique, Duque de Gloucester, y Lady Alice Montagu (1935)

Para 1935, año del Jubileo de Plata del rey Jorge V, tres de sus hijos ya habían contraído matrimonio, y la reina María se concentró ahora en el soltero Príncipe Enrique: “Ahora, espero que tú, querido muchacho, pienses en el matrimonio ¡El matrimonio está en el aire!”, le escribió en una carta adosando una lista de princesas extranjeras, bonitas y dignas, adecuadas para él.

Ese año, a los 35 años, el príncipe Enrique sentó cabeza y se casó con la bonita y delicada Lady Alice-Montagu-Douglas-Scott, hija de un riquísimo duque escocés. La declaración de amor del príncipe a Alice fue carente de estilo y algo tosca, como ella recordó décadas más tarde en sus memorias: “No hubo una declaración formal de su parte. Creo que consiguió decirlo como una frase casual de nuestros paseos, y tampoco hubo dudas acerca de mi aceptación. Además de mi gran felicidad al casarme, y también consideré que era hora de que hiciera algo útil con mi vida”.

El padre de Alicia había muerto de cáncer sólo unas semanas antes, y el rey estaba también delicado de salud, por lo que se decidió celebrar la boda en privado. Unos meses más tarde murió el rey Jorge V sin haber visto a su heredero pasar por el altar.

Boda de la Reina Isabel II y Felipe Mountbatten (1947)

Apelando a la escasez de carbón y a la crisis económica del país, el rey Jorge VI (padre de Isabel) quiso que la boda de la princesa Isabel fuera una ceremonia sencilla en la capilla de St. George, en Windsor, pero la princesa y la reina insistieron en que el enlace se celebrara a lo grande.

Según revelan los documentos del Archivo Nacional, la joven princesa Isabel -de 21 años- recibió del Gobierno, como el resto de novias de la época, 200 cupones extra para el traje nupcial. Se recibieron más de 2500 regalos de todos los rincones del mundo: desde 500 latas de conservas, hasta electrodomésticos, pasando por un caballo, y un pavo enviado por una señora de Brooklyn, preocupada por los racionamientos.

Desde Australia llegaron 131 pares de medias de nylon, un tesoro con el que soñaban las mujeres de toda condición social. En la lista de 2.500 presentes figuraban artefactos tan prácticos, y entonces tan modernos, como un aspirador, una maquina de coser o un pelapapas.

El regalo del Mahatma Gandhi mereció una mirada de desaprobación de parte de la abuela de Isabel II. La anciana reina Mary dijo a una amiga que el tejido de encaje hecho a mano era “poco delicado”, pero había confundido el encaje con las túnicas del frugal líder indio. Otro invitado, que tenía problemas de visión, se deshizo en reverencias hacia el enorme pastel de bodas creyendo que se trataba de la reina Mary.

Boda de la Princesa Margarita y Anthony Armstrong-Jones (1960)

Tras verse obligada a renunciar al amor de su vida, capitán Townsend, un hombre divorciado, la princesa Margarita languideció durante años hasta que apareció en su vida el pobre y divertido fotógrafo de sociedad Tony Armstrong-Jones, que desde el principio recibió el visto bueno de Isabel II y la reina madre.


La ceremonia de enlace, fue romántica y lujosa, y tuvo lugar en la Abadía de Westminster el 6 de mayo de 1960.

Las casas reales europeas no quisieron asistir, en clara muestra de insatisfacción ante lo que consideraron una vulgaridad: la hija del rey de Inglaterra no podía casarse con un fotógrafo...

Y así fue que casi ningún miembro de la inmensa tribu de príncipes reales de Europa asistió: sólo la anciana reina Victoria Eugenia de España y la reina Ingrid de Dinamarca. Por primera vez en 600 años la hija de un monarca inglés se casaba con un plebeyo.

Aquella mañana, Margarita (llevada al altar por su cuñado Felipe) salió de Clarence House y Tony del Palacio de Buckingham para unirse ante el altar de la abadía de Westminster ante la mirada atenta de dos mil invitados y de cientos de millones de personas en todo el mundo, que vieron por televisión y oyeron por la radio a la princesa dando el “yes, I will” al plebeyo que deseaba convertir en esposo.

Terminada la ceremonia, y bajo un repique de las pesadas campanas de Westminster que durante siglos habían solemnizado las coronaciones de los reyes de Inglaterra, los recién casados volvieron en la Carroza de Cristal, entre las aclamaciones de miles de británicos, rumbo al palacio.

Boda del Conde de Harewood, primo de la reina Isabel II (1949)

George Lascelles (hijo de la Princesa María y nieto de Jorge V) escandalizó a su familia en 1949, al casarse con una plebeya, pero sacudió aún más la estabilidad de la Casa de Windsor un día en que se descubrió que no solamente tenía una amante, sino que aquella amante se encontraba embarazada. En 1967 se divorció de su primera esposa.

El desenlace de aquella novela fue discretamente histórico. El Gabinete de Estado aconsejó a la soberana que consintiera el matrimonio entre lord Harewood y la señorita Tuckwell, aunque Isabel II puso como condición que la nueva boda se celebrara fuera de Inglaterra.

La reina accedió de mala a que su primo volviera a casarse, pero se lo hizo pagar caro, y durante muchos años. Condenado al ostracismo, no fue invitado al funeral de su tío el Duque de Windsor, ni tampoco a la boda de la princesa Ana, hija de la reina.

Boda del Duque de Kent y Katherine Worsley (1961)

En 1956, el príncipe Eduardo, primo de la reina Isabel II, conoció a una jovencita campesina y bonita de orígenes más que plebeyos, de quien se enamoró casi instantáneamente: Katherine Worsley.

La madre de Eduardo tuvo serias dudas al respecto y le recomendó no adelantarse a los hechos, ante la insistencia del Duque de contraer matrimonio con ella.

Enamorados, el príncipe y Katherine llegaron hasta el altar de la Catedral de York Minster, en la ciudad de York, en junio  de 1961, y celebraron una recepción modesta en los jardines de la casa familiar de Katherine. Ella quedó convertida tras su boda en Su Alteza Real la Duquesa de Kent.

Fue allí mismo, en las gradas de la catedral, donde dos jóvenes invitados de la realeza, Juan Carlos de Borbón, y Sofía de Grecia, sellaron su historia de amor, y se comprometieron en matrimonio meses después. Todos sus primos daneses, griegos, rusos, ingleses, yugoslavos y españoles se dieron cita en la ceremonia nupcial.


Boda de la Princesa Alexandra de Kent y Angus Ogilvy (1963)

La princesa Alejandra de Kent contrajo matrimonio en 1963 con Angus Ogilvy, el hijo del conde de Airlie y nieto del conde de Leicester, proveniente de una acaudalada familia inglesa.

Alejandra quiso invitar a su exiliado tío, el duque de Windsor y ex rey de Inglaterra, a presenciar su boda, pero su madre no lo consideró conveniente para la imagen de la monarquía.

Unos 200 millones de personas vieron a la princesa desposar con el caballero Ogilvy a través de la televisión, y fue una boda incluso más brillante (por la asistencia de miembros de la realeza extranjera, sobre todo) y popular que la de la princesa Margarita.

Alejandra de Kent y Angus Ogilvy se negaron amablemente ante la reina Isabel II de recibir un título nobiliario para ellos o sus hijos, y decidieron llevar una vida feliz en la intimidad y responsable ante las tareas que la Corte les pidiera realizar. También se negaron a aceptar los apartamentos que la reina les cedió en el lujoso Palacio de Kensington, para vivir más humildemente en Richmond Park.


Boda de la Princesa Ana y Mark Phillips (1973)

La boda de la princesa Ana con el apuesto capitán Mark Phillips, el 14 de noviembre de 1973 en la Abadía de Westminster, fue todo un acontecimiento nacional, y la primera boda principesca retransmitida por televisión a todo mundo.

Quinientos millones de personas pudieron ver la euforia de los británicos que en aquel noviembre de 1973 se apretujaron en el recorrido desde Buckingham a la abadía de Westminster.

Desde entonces, aquel plebeyo que había robado el corazón de la princesa nunca insistió en ser aceptado con cariño por la familia real, rechazó un título e insistió en que sus hijos fueran educados sin los formalismos propios de la realeza.

Boda del Príncipe Michael de Kent y Marie Christine von Reibnitz (1978)

A los 36 años el príncipe Michael de Kent (también primo de Isabel II) se casó con la baronesa Marie Christine, católica y divorciada. Para ello, el príncipe debió renunciar a sus derechos de sucesión a la corona, pero no así sus hijos, que serían educados en la fe anglicana.

La ceremonia civil se realizó en Viena, en 1978, y tuvo como invitados, entre otros, a la princesa Ana, los hermanos del príncipe, Lord Luis Mountbatten, y otros parientes griegos, austríacos, bávaros y yugoslavos.

Pensando que la novia daría un toque de distinción a la casa de Windsor, lord Mountbatten ayudó al príncipe a que obtuviera el permiso de la reina para casarse.

Isabel II dio su consentimiento, pero no quiso asistir a la boda, por mucho que no se celebrara en una iglesia católica. El Papa lo había prohibido, y se casaron por lo civil, debiendo, antes, renunciar el príncipe a sus derechos de sucesión a la corona.


Boda del Príncipe Carlos y Lady Diana Spencer (1981)



El 29 de julio de 1981 contrajo matrimonio en la catedral de San Pablo con lady Diana Spencer, una joven maestra de guardería. En la brillante ceremonia estuvieron los miembros de todas las monarquías del mundo.

La excepción fue el rey español Juan Carlos I, que declinó la invitación ya que el viaje de novios de la pareja incluía una escala en Gibraltar.

Miles de británicos se lanzaron a las calles de Londres y 750 millones de televidentes convirtieron la boda real en el acontecimiento hasta entonces más visto de la historia.

Tras el matrimonio, la nueva princesa de Gales se convirtió en una estrella mediática, perseguida por la prensa e imitada por muchos incluso en su estilo de peinado. La princesa recibió también muchas críticas que decían de ella que poseía una personalidad inestable.

Boda del Príncipe Andrés, Duque de York, y Sarah Ferguson (1986)

El 23 de junio de 1986 la boda del príncipe Andrés y Sarah Ferguson fue retransmitida por televisión a 32 naciones de los cinco continentes y presenciada probablemente por cerca de 1.000 millones de espectadores. 1.800 personas fueron invitadas, de las que sólo 400 pudieron decir que han visto la ceremonia.

La abadía era un espectáculo de luz y color indescriptible, adornada con 30.000 flores procedentes de todos los rincones del Reino Unido y del extranjero. Los miembros más jóvenes de 17 casas reales, entre ellas la española, se encontraban en lugar preferente entre los 1.800 invitados a la ceremonia.

Sarah, a pesar de su fama de independiente y moderna, eligió la liturgia del siglo XVII de la Iglesia anglicana, el libro de oraciones de 1661, en lugar de la nueva de los años veinte, y prometió, a diferencia de la princesa de Gales, no sólo amar, sino también obedecer a su marido, tal y como establece ese ritual.

La princesa Miguel de Kent, mujer del primo de la reina, no pudo dejar de observar a la novia: “Al avanzar por el pasillo no ha dejado de guiñar el ojo”, dijo, “¡Qué vulgar!”.

Miles de británicos corrieron hacia el Parque de St. James, y rodearon el monumento de la reina Victoria, para ver a los novios y la familia real cuando se asomaron al balcón principal del palacio de Buckingham para corresponder a las aclamaciones de la multitud.

Boda de la Princesa Ana y Timothy Laurence (1992)

Esta fue quizás la boda más humilde de la historia de la monarquía británica. La segunda boda de la princesa Ana -con el comandante Timothy Laurence- debió efectuarse en Escocia, según las normas de la Iglesia escocesa, ya que la Iglesia de Inglaterra, de la que es cabeza la reina, no reconoce los matrimonios de divorciados mientras viva el cónyuge anterior.

La familia real británica al completo, salvo la princesa Diana, acudió el 12 de diciembre de 1992, a las 3 de la tarde, a la económica y discreta boda, que se celebró en la iglesia presbiteriana de Crathie, junto al remoto castillo de Balmoral, en el norte de Escocia.

El criterio de Isabel II y Felipe de ofrecer una imagen de familia unida, a pesar de que los escándalos de sus hijos estaban haciendo trizas el prestigio de la Corona, se impuso finalmente, y la modesta ceremonia, a la que asistieron poco más de 30 invitados, fue la antítesis de la primera boda de la princesa con el capitán Mark Phillips, celebrada con todos los fastos. La sobriedad del atuendo de la novia (un abrigo marrón y un gorro del color de su pelo, adornado con flores blancas), decepcionó a los curiosos.

La escasa familia del novio -su hermano Jonathan y su cuñada Jenny- pasó desapercibida dentro de la pequeña iglesia escocesa. También asistió la anciana reina madre Isabel, abuela de Ana, que hasta último momento no deseaba ver casar a su nieta por segunda vez.

Boda del Príncipe Eduardo, Conde de Wessex, y Sophie Rhys-Jones (1999)

El 19 de junio de 1999, la plebeya Sofía Rhys-Jones acometió una tarea escalofriante, incluso para una avezada relaciones públicas como es ella: ayudar al joven príncipe Eduardo a reavivar el respeto y afecto de los ingleses hacia la monarquía y a triunfar en el área donde sus tres hermanos habían fracasado estruendosamente: el matrimonio.

A pesar de que Eduardo y su prometida anunciaron que querían una boda “sencilla, íntima y familiar”, la Casa de Windsor no estaba en condiciones de desaprovechar un evento de tales características para levantar los ánimos de la población.

Así, la moderna y trabajadora pareja principesca tuvo que aceptar una lista de más de medio millar de invitados en la iglesia, 6.000 personas en el interior del castillo, otros varios miles en los aledaños y hasta 200 millones pegados al televisor en todo el mundo. 


Darío Silva D'Andrea


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