Amanecía la década de 1920 cuando el Rey Alfonso XIII solicitó
a su viudo cuñado, el Infante Don Fernando de Baviera y Borbón, que le
representara en un importante viaje por la República de Chile. se trataría de
la segunda vez que un miembro de la Familia Real española visitaba las lejanas
y atractivas tierras sudamericanas, desde que la Infanta Isabel dejara,
triunfal, su huella por la Buenos Aires de 1910. Alfonso XIII deseaba reafirmar
la presencia hispana en nuestro país y el continente e inaugurar en Punta
Arenas el monumento a Magallanes, con ocasión de celebrarse los cuatro siglos
del descubrimiento del estrecho.
El infante Don Fernando era príncipe de Baviera por derecho,
pero a fin de cuentas era mucho más un Borbón. Nieto de la infanta Doña Amalia,
hijo de la infanta Doña Paz y esposo de la infanta María Teresa. Nieto de la
Reina Isabel II, yerno de Alfonso XII y cuñado de Alfonso XIII. Viudo y casado
en segundas nupcias con una mujer fea pero buena, tenía dos hijos y una hija.
Se dedicó a la carrera militar, fue un oficial y jefe muy popular entre las tropas
cuando estuvo destacado en el norte de África. Su gran amistad y dedicación
para con el rey Alfonso XIII le hicieron ganar la confianza de este monarca,
quien decidió confiar a su cuñado un buen número de viajes diplomáticos por
diferentes países. En 1911, por ejemplo, fue el representante de España en la
coronación de Jorge V de Inglaterra.
Así las cosas, en en el otoño europeo de 1920 el infante
Fernando emprendió el largo viaje que le llevaría a representar a España en las
fiestas organizadas por la República de Chile en honor al IV Centenario del
descubrimiento del Estrecho de Magallanes, el famoso explorador portugués al
servicio de España. El infante salió de Algeciras en el crucero España, y pasó
por Canarias, Puerto Rico y el Canal de Panamá. Don Fernando realmente no
cautivaba por su apariencia. Era alto, desgarbado y tan pálido que sus sobrinos
solían llamarle "el tío muerto". Sin embargo, el sólo hecho de que
Don Fernando fuera un príncipe cautivó a los chilenos, muy poco acostumbrados a
ver de cerca a la realeza.
La visita se inició el 18 de noviembre de 1920, cuando el
barco en que viajaba, el acorazado ‘España', recaló en el puerto de Arica.
Allí, luego de recibir el saludo oficial del Gobierno de Chile, recorrió la
zona y llegó hasta Tacna, provincia del territorio chileno que tras prolongado
proceso de arbitraje se reintegraría a Perú. El recorrido, que incluyó una
prolongada estadía en la hermosa Viña del Mar, incluyó, además del conocimiento
geográfico, una maratón de manifestaciones, ninguna de las cuales rechazó. De
Ahí su franco reconocimiento: "Lo he pasado muy bien". Su hermana, la
princesa Pilar, escribió luego en un libro: "Los sudamericanos creían que
un infante de España sería frío y etiquetero, pero cuando les dijo, en
Valparaíso y Santiago de Chile, que no le llamasen Alteza Real, puesto que no
estaban acostumbrados a tal trato, cambiaron de idea. En cuanto al infante, su
estancia allí le fue gratísima, pues los chilenos son muy hospitalarios. Le
gustó mucho el pueblo, cuya mezcla de sangre española, inglesa y alemana ha
producido una raza hermosa y fuerte, y las mujeres chilenas le parecieron
extraordinariamente bellas...".
Un periodista chileno rememora: "El tour chileno se
inició en el norte. En esos mismos días, tras una tensa elección mediante
sistema indirecto y posterior reconocimiento del Congreso, había triunfado
Arturo Alessandri Palma, que también recorría esa parte del país. La situación
política era tensa, con cierre de salitreras, cesantía y problemas sociales múltiples,
todo ello adobado por la acción de agitadores nacionales y extranjeros, de
todos colores y, a lo lejos, por la pos guerra europea y la reciente Revolución
Rusa. Alessandri, el candidato popular, ganó con el voto de 175 electores
delegados contra 174 de su contendor Barros Borgoño. El Congreso ratificó esa
victoria por 87 votos contra 29. Alessandri, una esperanza más del pueblo
chileno, llegaba a La Moneda al alegre ritmo del ‘Cielito lindo', canción
precursora de tanto jingle que hasta hoy acompaña a la política chilena".
"Una noche", dice la princesa Pilar, "el
infante, rendido por tanto trajín, estaba en la cama, durmiendo profundamente,
cuando uno de sus ayudantes le despertó diciéndole que estaban en Talca, la
capital de la provincia, y que el pueblo entero hallábase en las estación
clamando por ver a un infante de España. Cuando se les dijo que el infante
estaba durmiendo, muy cansado contestaron: ‘Pues si no quiere salir, traednos
su uniforme para que lo veamos’. Todavía medio dormido, el infante preguntó:
‘Pero ¿dónde está Talca?’ ‘Por amor de Dios, señor -le contestó su ayudante-
que nadie le oiga decir eso. Es la capital de la provincia, y los habitantes
sólo reconocen la existencia de tres ciudades: Talca, Londres y París' . Al oir
tan interesante noticia, el infante se levantó, se vistió rápidamente de
uniforme y salió a hablar a la población, que quedó encantada".
Recibido en el muelle de Valparaíso por las máximas
autoridades locales y por directivos de la comunidad española residente, el
infante se trasladó a las oficinas del Banco Español de Chile, donde fue
recibido por el español Fernando Rioja Medel, presidente del consejo de la
entidad. Éste destacó la significación de ese banco, formado con capitales
fruto del trabajo de españoles en Chile. Repuesto del viaje, el ilustre
visitante debía prepararse para la jornada vespertina. El baile, con mareo en
el no tan pacífico océano y agitación en tierra firme, debía continuar.
El programa de contempló tres recepciones en honor del
infante. A las cuatro de la tarde la cita era en el Palacio Rioja, propiedad
del mismo Fernando Rioja, quien escribió en su diario: "Se inició la
recepción con asistencia de muchas señoras y señoritas de nuestra sociedad. La
hermosa mansión del señor Rioja ostenta el lujo y la elegancia producto de una
casa rica y distinguida. Una numerosa orquesta, dirigida por el maestro Telmo
Vela, amenizó la fiesta con escogidas piezas". El dueño de casa, con un
criterio que debe haber agradecido el Infante, pronunció un corto discurso.
Respondió a esas palabras, a nombre del visitante, pues el protocolo así lo
disponía, el embajador español José Francos Rodríguez, quien en un arranque de
originalidad, entre otras cosas, destacó la belleza de la mujer chilena. Luego
amenizó la velada la notable soprano chilena Sofía del Campo.
Transcurrida una hora el infante y su séquito se trasladaron
a la célebre Quinta Vergara, en esos años propiedad de doña Blanca Vergara de
Errázuriz, y que es donde ahora se celebra el afamado Festival Internacional de
la Canción. A la seis Don Fernando abordó un tren especial para trasladarse a
Valparaíso y concurrir, media hora más tarde, a una recepción oficial ofrecida
por la Armada de Chile en el Club Naval. En la noche, por si aún tenía apetito,
el intendente de la provincia le invitaba a una cena. El recuerdo de todo ese
ajetreo le sirvió al infante para explicar los varios kilos de más que portaba
cuando volvió a España.
El día 26 de noviembre, repuesto de los homenajes de la
víspera, el Infante asistió a un banquete ofrecido por la colectividad española
en el Teatro Victoria, y luego se trasladó a Santiago, la capital de Chile,
donde fue recibido con toda la pompa por el Presidente Juan Luis Sanfuentes, a
quien le quedaban pocos días de Gobierno. El tren llegó a la Estación Central,
donde los honores militares y una banda de música interpretando la Marcha Real
Española dieron la bienvenida. Una larga comitiva, compuesta por innumnerables
Landeaus, carrozas y automóviles, acompañó al real visitante hasta su
alojamiento oficial, el Palacio Cousiño.
Luego de una larga permanencia en Santiago y, especialmente,
en Viña del Mar, donde se alojó en el Palacio Rioja, Don Fernando de Baviera se
trasladó hasta la sureña ciudad de Punta Arenas, para presidir la inauguración
del monumento a Magallanes. Este monumento, erigido tras un concurso en que
participaron entre otros el porteño Aliro Pereira y Antonio Coll y Pi, autor
del que recuerda Blanco Encalada en nuestra ciudad, fue financiado con un
legado del millonario español José Menéndez.
El 18 de diciembre, el Infante retornó al norte a bordo del
crucero chileno ‘O'Higgins' y escoltado por el ‘Esmeralda'. Desembarcó en
Puerto Montt, donde un miembro de su comitiva declaró que el infante,
"salvo los incidentes inevitables del temporal, viene gratamente
impresionado del viaje". De Puerto Montt a Santiago, y de allí a Viña del
Mar, desde donde debía regresar a España. Sin embargo, la partida se tuvo que
aplazar por inconvenientes técnicos: el acorazado ‘España', de 15.700 toneladas
de desplazamiento y 850 tripulantes, construido en 1913, en viaje de retorno
desde Punta Arenas al norte, varó en el Canal de Chacao y sufrió graves daños
en su doble fondo y quilla. Reparado a medias, navegó hasta el dique seco de
Talcahuano para ser sometido a cirugía mayor.
Así el Infante "se quedó a pie" a la espera de las
reparaciones del ‘España', pero no la pasó mal disfrutando del comienzo del
verano viñamarino, haciendo nuevos amistades y recibiendo las atenciones de
Fernando Rioja y su familia en el palacio que hoy democráticamente conocemos,
sobreviviente a la "picota del progreso", hoy propiedad de la
Municipalidad de Viña del Mar.
El Príncipe también tuvo un paréntesis argentino. El 31 de
diciembre partió a Buenos Aires, pero regresó a Chile el 17 de enero de 1921, a
Viña del Mar, encariñado con la casa y las atenciones de Fernando Rioja. Así lo
cuenta la princesa Pilar de Baviera: "Después de pasar unos días en casa
de un amigo, en Viña del Mar, cruzó los Andes hasta Mendoza, donde le esperaba
un tren especial enviado por el Gobierno argentino para llevarlo a Buenos
Aires. El viaje a través de las grandes llanuras pobladas de ganado y, lo que
resulta bastante extraño, de flamencos, dejó una impresión imborrable en su
imaginación. En Buenos Aires, que le pareció una ciudad encantadora, le fue
ofrecido, para su estancia, el palacio de una dama argentina casada con un
chileno. Parece que en América del Sur nunca se prestan meras casas: siempre
son palacios...".
De regreso en Viña del Mar, hasta marzo de 1921, Don
Fernando vivió en medio de un verdadero póquer social con recepciones,
almuerzos, cenas, bailes y paseos campestres, homenajeado la mayoría de las
veces por el acaudalado Don Fernando Rioja. Se cuenta que la larga permanencia
del Infante español afectó gravemente fortuna de Fernando Rioja Medel,
lesionando la solvencia del Banco Español de Chile, que presidía, "orgullo
de la colonia española residente".
Es posible que la prolongada visita y las atenciones, cenas
casi a diario con numerosos invitados, amenizadas con orquesta, hayan dañado a
Rioja que, sin embargo tenía una enorme fortuna. Se dice que incluso el
entusiasmo ante la presencia en su casa y en su mesa del Infante llevó al
anfitrión a darle un crédito sin límite a través de una cuenta corriente del
Banco Español de Chile. Varios de estos homenajes fueron en el palacio de la
Quinta Vergara, y el infante disfrutó también de paseos a San Felipe, Limache y
Peñuelas. En este último punto, luciendo habilidades taurinas, participó en una
criolla "corrida de vacas".
Finalmente se acordó de su maltrecho barco y se trasladó a
Talcahuano, donde le esperaban más festejos, por lo que decidió no apurar la
reparacióm. La estancia en Viña del Mar era tan grata, el señor Rioja
entretenido y generoso, y los chilenos tan encantadores, que valía la pena
perder algunas semanas más.
Finalmente, en marzo de 1921, Don Fernando de Baviera
regresó, con varios kilos de más , a su España natal, ya convulsionada por
variados conflictos que terminarían con la monarquía de su primo hermano en
1931. "El infante regresó a España", dice la pricesa Pilar, "al
cabo de ocho meses de ausencia, llevándose, como él mismo ha dicho, ‘un
recuerdo imborrable del cariño, de la hospitalidad y de la gran generosidad de
los pueblos de América del Sur’”. Cargado de hermosos recuerdos chilenos,
falleció Don Fernando en 1958.
DARÍO SILVA-D'ANDREA