El 14 de febrero de 1981, Día de los Enamorados, se
convirtieron en marido y mujer en la Catedral de Luxemburgo, en presencia de la
anciana gran duquesa Carlota (abuela de Enrique), y de representantes de todas
las casas reales europeas, como los reyes de Noruega, Suecia, Bélgica, las
reinas de Dinamarca, Holanda y España, y el duque de Edimburgo. Por primera vez
en la historia europea, una mujer latinoamericana se unía en matrimonio con un
futuro soberano.
Cuenta la leyenda que el príncipe Enrique y la cubana María
Teresa Mestre iniciaron el noviazgo sin que la muchacha supiera la verdadera identidad
del príncipe, quien se habría presentado a sí mismo ante su compañera de la
universidad como Henri Clairvaux. El príncipe, al parecer, por razones de
seguridad, mantuvo oculta su verdadera identidad, y le fue contando que su
padre (el gran duque Juan) era un industrial de Luxemburgo que tenía una
fábrica de acero y que quería que su hijo ampliara estudios y conocimientos
antes de integrarse en el negocio familiar.
Al enterarse de la verdadera identidad, María Teresa llegó a
pensar: “Lo último que haría sería enamorarme de este chico”, según confesó en
una entrevista. “Pero después me enamoré. Por otra parte, salir con el príncipe
heredero supone muchos problemas. Sin embargo, una vez enamorada, y sabiendo ya
quien era Enrique, me preguntaba: ¿Me dejarán amar a este hombre? Fue entonces
cuando intenté de nuevo volverme atrás, pero ya no me fue posible”.
Por su parte, el gran duque Enrique recordaría que aquella
época con estas palabras: “Lo que me sedujo de mi esposa fue, por descontado,
su belleza y, por otra parte, su capacidad intelectual, unido a su firme deseo
de ayudar siempre a los demás. Por otra parte, cuando la conocí comprendí
inmediatamente que era la persona que reflejaba exactamente lo que yo imaginaba
que podía ser una esposa para mí y una soberana para mi país”.
“Siempre estaré agradecida a los luxemburgueses porque,
desde el momento en que llegué, fueron muy amables conmigo. Me hicieron sentir,
enseguida, como en mi propia casa. Yo que nací en otro continente y viví en
tres países diferentes hasta que tuve 21 años. Fueron años en los que sentí que
no pertenecía a ningún lugar y necesitaba encontrar un país, y éste es uno
donde la gente me lleva, realmente, en su corazón”, decía la gran duquesa al
regreso de su luna de miel en las Bahamas.
María Teresa Mestre y Batista provenía de una historia muy
distinta: a los tres años de edad, tras el triunfo de la revolución castrista
en Cuba, su familia marchó a Nueva York, y tras una estancia de cinco años se
trasladaron a España, concretamente en Cantabria, donde la familia adquirió una
finca.
La joven muchacha cubana tuvo que atravesar serios
obstáculos antes de llegar a formar parte de la Casa Gran Ducal de Luxemburgo,
especialmente ante su futura suegra, la gran duquesa Josefina Carlota (que
deseaba para su hijo una princesa europea) y de la abuela del príncipe, la gran
duquesa Carlota, amada por el pueblo luxemburgués.
Muchos años más tarde, con su esposo ya bien instalado en el
trono gran ducal (desde el 7 de octubre de 2000), María Teresa conmocionó a su
siempre modesto ya apacible país afirmando que su suegra Josefina Carlota
(hermana de los reyes Balduino y Alberto de Bélgica) no le había hecho más que
la vida imposible desde su desembarco en Luxemburgo. La noticia apareció en los
diarios luxemburgués y belga Le Quotidien y Le Soir, los cuales publicaron que
María Teresa, conocida también como “la Criolla” por su origen cubano, acusaba
a su suegra querer destruir su matrimonio a causa de su origen plebeyo.
Detalladamente, la gran duquesa explicó que no en vano su suegra la llamaba
despectivamente “la pequeña cubana” y le atribuyó a Josefina Carlota los
rumores que apuntaban a que “deseaba volver a Cuba” y que los servicios de
seguridad del Gran Ducado “la habían ido a buscar varias veces al aeropuerto”.
Al margen, María Teresa y Enrique son dos soberanos
tremendamente respetados por sus conciudadanos. A María Teresa Mestre le
interesan particularmente los problemas sociales de la Humanidad. Ella se ocupa
en Génova de personas con problemas en sus hogares y de niños desfavorecidos.
La Gran Duquesa habla correctamente el español, su lengua materna. También
habla francés, y domina la lengua inglesa, y también, de manera perfecta el
luxembourgués, el alemán y el italiano. Después del 10 de junio de 1997 comenzó
a ejercer la función de Embajadora de Buena Voluntad de la Unesco.
Actualmente
preside la Fundación Prince Henri-Princesse Maria Teresa, creada en 1981, que
se ocupa de favorecer la integración a la sociedad de personas discapacitadas y
desfavorecidas. También es presidenta de honor de la Fundacion Recherche SIDA.
La Gran Duquesa se ha destacado por patrocinar particularmente un Festival de
Teatro y Musica de Wiltz, en asociación con el Aveugles de Luxemburgo y la
Asociación Luxemburgo Alzheimer. También apadrina un orfelinato que lleva su
nombre en Divin, Bielorusia. En octubre de 1999 la Seton Hall University
(escuela para relaciones diplomáticas internacionales en USA) le otorgó el
título de Doctora Honoris Causa.
Darío Silva-D’Andrea