El año empezó con el pie izquierdo para el rey Albero II y su familia. Las travesuras de su caprichoso hijo menor, Laurent, fundieron a la Corona belga en un escandaloso espectáculo surgido cuando se publicó que el príncipe desafió las instrucciones expresas del Gobierno y de su padre e hizo un viaje sin autorización al Congo, una ex colonia belga que mantiene delicadas relaciones políticas con Bélgica, en marzo de este año.
Laurent, de 47 años, no solamente desobedeció al rey y al Gobierno, sino que también se reunió con el presidente congoleño, Joseph Kabila, y aunque aseguró que se trataba de una visita privada para promover causas medioambientales. Y el escándalo alcanzó mayores proporciones cuando se supo que fue el propio Kabila quien financió la estancia de Laurent y de su séquito en un lujoso hotel de Kinshasa y también pagó su viaje entre París y la capital del Congo.
Escandalosa diplomacia paralela
Ni la Casa Real belga ni el gobierno deseaban que el viaje de Laurent pudiera ser interpretado como un “espaldarazo moral” a Kabila, para impulsar su reelección. “Se trata de un viaje ultradelicado, ¿cómo se le ocurre irse por su cuenta, con billete de 'Air France' a Kinshasa, a falta de unos pocos meses para las próximas elecciones?”, se preguntaba una fuente cercana al palacio real, citada por la radio pública belga francófona RTBF.
“El príncipe Laurent realizó un desplazamiento a la República Democrática del Congo a título estrictamente privado, en el marco de su interés personal por los proyectos de desarrollo sostenible. Este viaje no ha sido previamente concertado con el Gobierno federal ni con el Palacio Real. A pesar de la petición del Gobierno y del Palacio de aplazar este viaje para garantizar su necesaria preparación, el príncipe ha decidido no retrasar su salida”, confirmó el ministro belga de Exteriores, visiblemente azorado por lo ocurrido.
En medio de la tormenta de indignación política y periodística generada por lo que la prensa dio en llamar “una aventura rocambolesca”, el príncipe -apodado “Laurent el Africano”- también intentó ampliar su actividad al conflicto de Libia, intentando estrechar lazos con un diplomático que se había sumado a la oposición de Muammar Kadaffi. Todo a espaldas del Gobierno belga.
El diario «La Libre Belgique» reveló que el príncipe “intentó apoyar a los rebeldes libios” en un artículo titulado “La diplomacia paralela del príncipe Laurent”. En él, informa que los días previos al viaje el príncipe “organizó una reunión para defender la causa de los diplomáticos libios destinados en Bruselas, que deseaban derrocar al embajador, fiel al coronel Gadafi”.
La polémica llegó al Parlamento, donde el 14 de abril la Cámara Baja amenazó al polémico príncipe con quitarle su sueldo mensual de 26.000 euros -que le corresponden como miembro de la Casa Real-, si incumple una nueva normativa que le obliga a informar convenientemente de sus viajes y a “abstenerse de toda acción susceptible de levantar controversia”.
El primer ministro belga, Yves Letterme, anunció que Laurent deberá pedir permiso antes de desplazarse al extranjero y, atento a su “comportamiento y actividades inaceptables”, comenzó a redactar una serie de reglas muy claras para definir el comportamiento de los príncipes, una especie de “Código Real” de conducta que establezca qué puede hacer y qué no un miembro de la realeza belga. Y que, por supuesto, incluya sanciones en caso de incumplimiento.
El diario flamenco «De Morgen» hace referencia a una carta fechada en 2008, en la que el primer ministro aconseja al príncipe que se ciñiese a ciertas reglas: “Por la desobediencia de Laurent, el Gobierno va a hacerle una proposición que deberá aceptar o rechazar. Si no sigue las reglas, el príncipe perderá íntegramente su asignación [312.000 euros al año]”. Y tendrá que buscarse un empleo.
“Estas es una situación seria”, dijo Leterme en el Parlamento. “El comportamiento del príncipe ha sido arriesgado y estúpido”. “Las payasadas de Laurent no pueden costarle dinero al contribuyente”, asegura Theo Francken, el diputado nacionalista presentó al Parlamento la propuesta para reducir drásticamente los presupuestos del Estado dedicados a la Familia Real.
“Laurent tiene privilegios, pero también obligaciones”, decía en un editorial el periódico francófono «Le Soir». “Esta vez las circunstancias son extremas; su conducta perjudicial para la monarquía se produce en un momento de extrema fragilidad y de descomposición del Estado belga”.
Varios partidos políticos (sobre todo los nacionalistas flamencos) aprovecharon la polémica para exigir la revisión del presupuesto anual que se destina a cada miembro de la familia real belga. El diario «La Derniere Heure» explica que la acumulación de errores o imprudencias cometidas por Laurent “vuelven a poner sobre la mesa la cuestión de las dotaciones financieras de los príncipes. El primer ministro se dice favorable a una reforma del sistema, lo mismo que el NV-A (Nueva Alianza Flamenca), que incluso ha recordado que ha propuesto ponerles fin”.
“El rey lanza al gobierno contra Laurent” fue el significativo titular a toda página del diario flamenco «Het Laatste Nieuws» anunciando que el rey Alberto está "harto" de los problemas de conducta, al margen del protocolo y las normas, de su hijo menor.
Laurent es desde hace tiempo uno de los objetivos favoritos de los humoristas belgas, y acumula un buen número de titulares negativos en la prensa: por acumular multas por exceso de velocidad, por estar involucrado en un desvío de fondos de la Marina belga para pagar los muebles de su villa a las afueras de Bruselas, y también por dudas en torno a sus intereses empresariales.
Acusado también por la aerolínea Brussels Airlines de abusar de su estatus para viajar en primera clase sin pagar la tarifa y de mantener un oscuro entramado de fundaciones y compañías para realizar negocios personales oscuros bajo la pantalla de la protección del medioambiente, ahora Laurent asegura ser víctima del sensacionalismo de los medios y de una conspiración política.
El príncipe se quejó de las críticas y la falta de apoyo que recibe en su país. “No puedo decir nada en absoluto, ya que lo que yo haga se ve como un problema”, dijo al periódico «Le Soir». “Desde hace 20 años estoy luchando por el medio ambiente y eso no le interesa a nadie, pero cuando se trata de criticar...”.
Las conversaciones privadas del rey, al descubierto
Por si las travesuras de su hijo y la crisis política de su país no le bastaran al rey Alberto II, hace unos días los diarios «La Libre Bélgique», «De Morgen» y «Het Laatse Nieuws» publicaron ávidamente una serie de conversaciones privadas adjudicadas al monarca. Las conversaciones forman parte del libro “Bélgica, un rey sin país”, de los periodistas Martin Buxant y Steven Samyn, que saldrá a la venta en junio.
El Palacio Real insistió en que los informes revelan serias inexactitudes, y lamentó la falta de discreción de los que participaron en las charlas confidenciales del rey y los líderes de los partidos políticos belgas que deben formar gobierno, tras las elecciones anticipadas de junio de 2010.
Las conversaciones revelan la rotunda negativa del rey a convocar nuevas elecciones. El monarca, según el libro, siente verdadero pavor a que, tras un año de empantanamiento político, el país tenga que acudir nuevamente a elecciones. “Lamentamos que se haya violado la discreción, algo necesario para permitir al jefe del Estado que lleve a cabo su tarea”, dijeron fuentes del Palacio Real de Bruselas.
Asimismo, revelan el rechazo que provoca entre la mayoría de fuerzas políticas del país el heredero al trono, el príncipe Felipe, sobre el cual gran parte de los líderes belgas hicieron llegar al rey sus serias dudas sobre su capacidad para ascender al trono. “Todo el mundo se pregunta si Felipe cuenta con la inteligencia y humildad necesarias, si el Parlamento pudiera elegir sería la princesa Astrid la elegida”, le habría dicho uno de los participantes al rey.
La pelea por el trono
Esta espinosa cuestión sucesoria data de ya casi veinte años. Ya en los años 90 la revista francesa «Point de Vue», especializada en temas de la realeza, publicaba que, en la Corte belga, se sabía que el príncipe Felipe no reunía las mínimas condiciones para ser, un día, rey de los belgas, independientemente de que deseara serlo.
Por el contrario, los belgas no sienten que haya nada en la vida de la princesa Astrid que deban reprocharles. El gobierno siempre aplaude su intensa cercanía al pueblo, el dominio a la perfección de las dos lenguas oficiales del país (francés y flamenco). Es una princesa muy querida por los belgas, tanto como lo fue su abuela, la reina del mismo nombre que murió trágicamente en un accidente, en 1935. Es amable, sonriente, seria si la ocasión lo requiere y muy responsable, consciente de que ante nada es una princesa al servicio de Bélgica.
Cuando en 1993 falleció su tío el rey Balduino, el trono quedó vacante, abriéndose ante el futuro tres posibilidades: coronar al heredero natural de Balduino (su hermano, Alberto), al sobrino predilecto de Balduino (el triste y deslucido Felipe) o entregar la corona a la rubia e inteligente princesa Astrid.
Algunos consideraban que Felipe no se había preocupado lo necesario por dominar a la perfección los tres idiomas nacionales, algo especialmente imprescindible para cumplir el papel de rey como símbolo de la unidad belga. Su soltería, pasados los treinta años, hizo aumentar la popularidad de su hermana menor, la princesa Astrid, felizmente casada con el archiduque Lorenzo de Austria, trabajadora, seria, responsable, simpática y madre de, por entonces, tres niños que podrían asegurar la sucesión al trono.
La princesa Astrid tiene derechos de sucesión desde que en 1991 quedó abolida la “Ley Sálica” que excluía a las princesas belgas del trono, y emergió entonces como una nueva posibilidad, la de una reina perfecta: joven y bonita, moderna, inteligente, capaz de expresarse y sentirse perfectamente a gusto al conversar con cualquiera de sus conciudadanos.
Gracias a ello una parte del pueblo, flamencos principalmente, deseaba la renuncia de los príncipes Alberto y Felipe (el primero por su edad y aparente desinterés, y el segundo por su supuesta inmadurez y falta de preparación) y la coronación de Astrid. Pero no fue así. La Constitución exigía que la corona reposara sobre el primero en la línea de sucesión, el príncipe Alberto, padre de Astrid, fueran cuales fueran los deseos del rey difunto y su viuda española.
Miserias y tristezas de una familia enfrentada
Las malas relaciones en el seno de la Familia Real belga datan de mucho tiempo atrás. Durante años, la apacible y discreta pareja formada por el rey Balduino y la reina Fabiola contrastó profundamente con la del actual rey Alberto II y la reina Paola, muy dados en sus años mozos a las fiestas del jet-set europeo, la “dolce vita”, y las infidelidades a diestra y siniestra.
Hace unos años, el periodista Mario Danneels, corresponsal del diario «De Standaard» en Irlanda, rebuscó en los escándalos y rencillas de la familia y sacó a relucir lo peor en su libro «El trauma del trono: la tristeza de la familia Real de Bélgica», donde relata los pormenores de las peleas ocultas tras los muros del Palacio Real.
En 13 capítulos se desmenuza la vida de otros tantos miembros de la familia real y llega a la conclusión de que “son vidas destrozadas. Si naces en una familia real o te casas con un príncipe, nunca podrás tener una vida de verdad”, como explicó el autor. “La reina Paola, el príncipe Felipe... todos tienen que fingir lo que no son desde que nacen hasta que se mueren. Viven en una jaula”.
Según Danneels, el príncipe Laurent -que aparece retratado en sus páginas como “un mentecato”-, no soporta a su anciana tía Fabiola, a la que se refiere como “la bruja española”. Según el autor, Laurent no es bienvenido en los eventos oficiales y Felipe, un hombre “completamente apartado de la realidad”, espera con todas sus fuerzas que el rey Alberto abdique para poder recuperar el espíritu ligeramente autoritario y teñido de contenido religioso del reinado de Balduino, fallecido en 1993.
Según Danneels, Felipe considera a su padre un mal rey y ambos mantienen una relación muy agria: “Para el sucesor, el modelo es Balduino, un monarca más estricto y autoritario. Con su padre, ni se habla”.
Alrededor de la familia revolotea la reina Paola que ha tenido que luchar contra las intromisiones en su vida privada de la reina Fabiola, quien la considera demasiado frívola. El Rey, tampoco sale muy bien parado en este libro. De él se cuenta que buscó la felicidad fuera del hogar durante casi veinte años. Una relación que trajo como resultado el nacimiento de una hija extramatrimonial, Delphine Böel, hija de su amante la baronesa de Selys-Longchamps.
Para el autor, la historia de la reina Paola es la más triste de todas. “Si no se hubiera casado con Alberto, probablemente hubiera sido muy feliz. Era una joven italiana, con una buena vida, hasta que su boda con Alberto le robó la libertad. Cualquier persona se hubiera divorciado cuando las cosas empiezan a marchar mal, pero ella no pudo. Ha sido siempre un matrimonio infeliz, incluso antes de que naciera la hija de Alberto”.
Pero si las relaciones íntimas de la Familia Real son tensas, las relaciones de los belgas con su monarquía son complejas. La Familia Real ha sido vista durante mucho tiempo como un extraño elemento unificador entre los seis millones de habitantes de habla holandesa (neerlandófonos) y los cuatro millones de francófonos que conforman el país.
Tradicionalmente, el afecto hacia la Familia Real belga había sido siempre más fuerte entre los votantes más conservadores de Flandes que en la región de Valonia, francófona, en donde la escena política está dominada por el Partido Socialista.
Pero en los últimos años, a medida que los votantes flamencos se vuelven cada vez más nacionalistas, los políticos francófonos se están convirtiendo en la voz que defiende a la monarquía. Los nacionalistas flamencos tachan a la monarquía de ser un remanente de la aristocracia francófona que gobernó el país en el siglo XIX demostrando escaso interés por el bien de sus ciudadanos flamencos.
Por si las travesuras de su hijo y la crisis política de su país no le bastaran al rey Alberto II, hace unos días los diarios «La Libre Bélgique», «De Morgen» y «Het Laatse Nieuws» publicaron ávidamente una serie de conversaciones privadas adjudicadas al monarca. Las conversaciones forman parte del libro “Bélgica, un rey sin país”, de los periodistas Martin Buxant y Steven Samyn, que saldrá a la venta en junio.
El Palacio Real insistió en que los informes revelan serias inexactitudes, y lamentó la falta de discreción de los que participaron en las charlas confidenciales del rey y los líderes de los partidos políticos belgas que deben formar gobierno, tras las elecciones anticipadas de junio de 2010.
Las conversaciones revelan la rotunda negativa del rey a convocar nuevas elecciones. El monarca, según el libro, siente verdadero pavor a que, tras un año de empantanamiento político, el país tenga que acudir nuevamente a elecciones. “Lamentamos que se haya violado la discreción, algo necesario para permitir al jefe del Estado que lleve a cabo su tarea”, dijeron fuentes del Palacio Real de Bruselas.
Asimismo, revelan el rechazo que provoca entre la mayoría de fuerzas políticas del país el heredero al trono, el príncipe Felipe, sobre el cual gran parte de los líderes belgas hicieron llegar al rey sus serias dudas sobre su capacidad para ascender al trono. “Todo el mundo se pregunta si Felipe cuenta con la inteligencia y humildad necesarias, si el Parlamento pudiera elegir sería la princesa Astrid la elegida”, le habría dicho uno de los participantes al rey.
La pelea por el trono
Esta espinosa cuestión sucesoria data de ya casi veinte años. Ya en los años 90 la revista francesa «Point de Vue», especializada en temas de la realeza, publicaba que, en la Corte belga, se sabía que el príncipe Felipe no reunía las mínimas condiciones para ser, un día, rey de los belgas, independientemente de que deseara serlo.
Por el contrario, los belgas no sienten que haya nada en la vida de la princesa Astrid que deban reprocharles. El gobierno siempre aplaude su intensa cercanía al pueblo, el dominio a la perfección de las dos lenguas oficiales del país (francés y flamenco). Es una princesa muy querida por los belgas, tanto como lo fue su abuela, la reina del mismo nombre que murió trágicamente en un accidente, en 1935. Es amable, sonriente, seria si la ocasión lo requiere y muy responsable, consciente de que ante nada es una princesa al servicio de Bélgica.
Cuando en 1993 falleció su tío el rey Balduino, el trono quedó vacante, abriéndose ante el futuro tres posibilidades: coronar al heredero natural de Balduino (su hermano, Alberto), al sobrino predilecto de Balduino (el triste y deslucido Felipe) o entregar la corona a la rubia e inteligente princesa Astrid.
Algunos consideraban que Felipe no se había preocupado lo necesario por dominar a la perfección los tres idiomas nacionales, algo especialmente imprescindible para cumplir el papel de rey como símbolo de la unidad belga. Su soltería, pasados los treinta años, hizo aumentar la popularidad de su hermana menor, la princesa Astrid, felizmente casada con el archiduque Lorenzo de Austria, trabajadora, seria, responsable, simpática y madre de, por entonces, tres niños que podrían asegurar la sucesión al trono.
La princesa Astrid tiene derechos de sucesión desde que en 1991 quedó abolida la “Ley Sálica” que excluía a las princesas belgas del trono, y emergió entonces como una nueva posibilidad, la de una reina perfecta: joven y bonita, moderna, inteligente, capaz de expresarse y sentirse perfectamente a gusto al conversar con cualquiera de sus conciudadanos.
Gracias a ello una parte del pueblo, flamencos principalmente, deseaba la renuncia de los príncipes Alberto y Felipe (el primero por su edad y aparente desinterés, y el segundo por su supuesta inmadurez y falta de preparación) y la coronación de Astrid. Pero no fue así. La Constitución exigía que la corona reposara sobre el primero en la línea de sucesión, el príncipe Alberto, padre de Astrid, fueran cuales fueran los deseos del rey difunto y su viuda española.
Miserias y tristezas de una familia enfrentada
Las malas relaciones en el seno de la Familia Real belga datan de mucho tiempo atrás. Durante años, la apacible y discreta pareja formada por el rey Balduino y la reina Fabiola contrastó profundamente con la del actual rey Alberto II y la reina Paola, muy dados en sus años mozos a las fiestas del jet-set europeo, la “dolce vita”, y las infidelidades a diestra y siniestra.
Hace unos años, el periodista Mario Danneels, corresponsal del diario «De Standaard» en Irlanda, rebuscó en los escándalos y rencillas de la familia y sacó a relucir lo peor en su libro «El trauma del trono: la tristeza de la familia Real de Bélgica», donde relata los pormenores de las peleas ocultas tras los muros del Palacio Real.
En 13 capítulos se desmenuza la vida de otros tantos miembros de la familia real y llega a la conclusión de que “son vidas destrozadas. Si naces en una familia real o te casas con un príncipe, nunca podrás tener una vida de verdad”, como explicó el autor. “La reina Paola, el príncipe Felipe... todos tienen que fingir lo que no son desde que nacen hasta que se mueren. Viven en una jaula”.
Según Danneels, el príncipe Laurent -que aparece retratado en sus páginas como “un mentecato”-, no soporta a su anciana tía Fabiola, a la que se refiere como “la bruja española”. Según el autor, Laurent no es bienvenido en los eventos oficiales y Felipe, un hombre “completamente apartado de la realidad”, espera con todas sus fuerzas que el rey Alberto abdique para poder recuperar el espíritu ligeramente autoritario y teñido de contenido religioso del reinado de Balduino, fallecido en 1993.
Según Danneels, Felipe considera a su padre un mal rey y ambos mantienen una relación muy agria: “Para el sucesor, el modelo es Balduino, un monarca más estricto y autoritario. Con su padre, ni se habla”.
Alrededor de la familia revolotea la reina Paola que ha tenido que luchar contra las intromisiones en su vida privada de la reina Fabiola, quien la considera demasiado frívola. El Rey, tampoco sale muy bien parado en este libro. De él se cuenta que buscó la felicidad fuera del hogar durante casi veinte años. Una relación que trajo como resultado el nacimiento de una hija extramatrimonial, Delphine Böel, hija de su amante la baronesa de Selys-Longchamps.
Para el autor, la historia de la reina Paola es la más triste de todas. “Si no se hubiera casado con Alberto, probablemente hubiera sido muy feliz. Era una joven italiana, con una buena vida, hasta que su boda con Alberto le robó la libertad. Cualquier persona se hubiera divorciado cuando las cosas empiezan a marchar mal, pero ella no pudo. Ha sido siempre un matrimonio infeliz, incluso antes de que naciera la hija de Alberto”.
Pero si las relaciones íntimas de la Familia Real son tensas, las relaciones de los belgas con su monarquía son complejas. La Familia Real ha sido vista durante mucho tiempo como un extraño elemento unificador entre los seis millones de habitantes de habla holandesa (neerlandófonos) y los cuatro millones de francófonos que conforman el país.
Tradicionalmente, el afecto hacia la Familia Real belga había sido siempre más fuerte entre los votantes más conservadores de Flandes que en la región de Valonia, francófona, en donde la escena política está dominada por el Partido Socialista.
Pero en los últimos años, a medida que los votantes flamencos se vuelven cada vez más nacionalistas, los políticos francófonos se están convirtiendo en la voz que defiende a la monarquía. Los nacionalistas flamencos tachan a la monarquía de ser un remanente de la aristocracia francófona que gobernó el país en el siglo XIX demostrando escaso interés por el bien de sus ciudadanos flamencos.