22 de mayo de 2011

Así fue, hace 60 años, la visita de Bernardo de Holanda a la Argentina

El viaje del esposo de la Reina Juliana desató un sinfín de comentarios sobre sus turbias relaciones con el matrimonio Perón. Sus familiares argentinos.
Por Darío Silva D'Andrea


Los lazos históricos entre nuestro país y Holanda datan tal vez del siglo XVII, cuando dos navegantes holandeses descubrieron la sureña Isla de los Estados. Y cómo olvidar la victoria de la selección argentina de fútbol ante Holanda en la final del Mundial ’78, pero el acontecimiento más significativo en la relación entre ambos países tendría lugar en febrero de 2002, con el casamiento del príncipe heredero del trono, Guillermo Alejandro, con Máxima Zorreguieta, nacida en Buenos Aires y criada en San Isidro.

La ilustre Casa de Orange, que pierde sus orígenes en el tiempo, comenzó a tener mayor vinculación con la historia de nuestro país con el príncipe Bernardo, el abuelo de Guillermo Alejandro, esposo de la reina Juliana (1909-2004) y padre de la actual reina, Beatriz.

Se cuenta que el príncipe fue un amigo muy cercano del presidente Juan Domingo Perón y de su esposa, Evita. En el marco de esa amistad e impulsado al mismo tiempo por la necesidad del Gobierno holandés de reforzar las relaciones diplomáticas holando-argentinas, el príncipe viajó a nuestro país, llegando a Buenos Aires el 4 de abril de 1951.

Bernardo de Holanda, alemán casado con la reina Juliana, pasó a la historia por su fama de Donjuán. Llegó a tener varias amantes, e incluso a reconocer a un par de hijos ilegítimos. Durante la Segunda Guerra Mundial apoyó con alma y vida a los combatientes holandeses, pero siempre rondó el fantasma de su filiación al Partido Nacionalsocialista de Hitler durante su juventud, antes de casarse con la reina, y también se aficionó a los negocios -preferentemente turbios- que pudieran de alguna forma aumentar las ganancias holandesas.

En el recién inaugurado Aeropuerto Internacional de Ezeiza, las autoridades locales recibieron al popular príncipe, muy aficionado a los negocios y amigo de diferentes empresarios de dudosa reputación.

Muy agasajado por la pareja presidencial, el príncipe visitó la fundación Eva Perón en compañía de la propia primera dama, y llevó su amabilidad hasta asistir a la primera lectura del libro “La razón de mi vida”. Bernardo la condecoró con la Gran Cruz de la Casa de Orange y le obsequió valiosas joyas; Perón recibió como regalo holandés un tren bautizado “El Líder”.

El historiador Félix Luna recuerda que el príncipe -con fama de mujeriego- quedó “maravillado por la belleza de Eva Perón y le hizo varios regalos”, entre ellos la Gran Cruz de Orange, una importantísima orden holandesa, en un acto en la Casa Rosada. Ante la audiencia, el príncipe anunció: “Es para mí un gran y verdadero privilegio poder hacer entrega a Vuestra Excelencia de la Gran Cruz que Su Majestad, la Reina Juliana, le concede como prueba no solamente de la amistad que desde hace años existe entre el pueblo argentino y el de los Países Bajos, sino también como testimonio de aprecio a la gran obra que Vuestra Excelencia ha llevado a efecto para elevar el bienestar del pueblo argentino, obra que en tantas partes ha hecho sentir su benéfica influencia".


Otra de las misiones, secretas por entonces, del príncipe Bernardo en Argentina fue ayudar a la pareja presidencial en varias negociaciones empresariales cuyo contenido no fue nunca completamente aclarado.

Norberto Galasso en su libro biográfico sobre Perón, describe una reunión secreta que hubo entre el consorte holandés y la primera dama argentina: “El 29 de septiembre (de 1951) esa mujer, ya prisionera del cáncer, convoca a la residencia a tres dirigentes gremiales de su confianza -José Espejo, Isaías Santín y Florencio Soto- y al comandante en jefe del Ejército -general Humberto Sosa Molina- para comunicarles que a través de la Fundación Eva Perón, y por intermedio del príncipe Bernardo de Holanda, ha decidido la compra de 5.000 pistolas automáticas y 1.500 ametralladoras, que serán entregadas a los obreros en caso de que se repita un alzamiento militar…”.

Una parte de esta historia la cuenta el escritor holandés Harry van Wijnen en su libro «El príncipe consorte», donde asegura que “el gobierno holandés le dio 15 millones de dólares como soborno al gobierno de Perón para construir una vía férrea a manos de una empresa holandesa, pero sin el conocimiento de Bernardo”. Otros, sin embargo, afirman que el príncipe estaba perfectamente enterado de los intereses del Gobierno holandés, y que fue él mismo quien “aconsejó” al Gobierno -luego de su viaje a Buenos Aires- que le entregase un millón de dólares a Perón para que el “líder de los descamisados” aceptase comprar material ferroviario holandés.

El “consejo argentino” de Bernardo le reportó a Holanda un negocio de más de 100 millones de dólares, y ganancias netas que de acuerdo con el Partido Socialista oscilaron entre los 15 y 20 millones de dólares. A partir de ese momento, el autor de este “milagro holandés”, el príncipe consorte, se convirtió, a los ojos de la opinión pública, en el primer financista del país.


Unos años más tarde y ya en el exilio, Perón”, escribe Alfonso Crespo en su libro «Eva Perón, viva o muerta», “tendría ocasión de conocer mejor a Bernardo. Cuenta que en una escala en las Guayanas holandesas envió un mensaje urgente al príncipe, que se hallaba en Curazao. «Ni siquiera me contestó. Este hombre tenía obligaciones conmigo. Cuando fue a la Argentina, representando los intereses de la Philips, yo le traté con todos los honores. Esperaba que fuese un caballero por su condición de alemán, pero vi que ni siquiera merecía ser alemán. ¿Quién es el príncipe Bernardo? ¡Una mierda, como decimos nosotros!»”.

Cincuenta años después de la visita de Bernardo a nuestro país, su nieto Guillermo-Alejandro, el príncipe heredero, decidió casarse con la argentina Máxima Zorreguieta, que será la próxima reina de Holanda. Pero el parentesco entre los Orange-Nassau y Argentina no termina allí: en los años 50, el alemán Ricardo W. Staudt publicó un detallado estudio (titulado Los consanguíneos argentinos de Bernardo de los Países Bajos) sobre los parientes argentinos del príncipe, que le vienen por su bisabuela Mathilde Halbach, condesa von Wartensleben, cuyo apellido, según el autor, figura entre los de las primeras familias alemanas que, terminado el período colonial, se dirigieron a nuestras tierras (*).

El príncipe de Orange y la chica de Recoleta -de distinguido linaje vasco- tiene como antepasado común al rey Fernando III de Castilla- y, como explicó el diario La Nación en 2001, también descienden de “un tal Pedro Halbach, el bisnieto de un señor del mismo nombre nacido en Obersten y dueño de un fundo cerca del Rin, en Europa. Los dos tataranietos de este primer Pedro fueron nombrados cónsules por el reino de Prusia, y uno de ellos, Francisco, tuvo por destino Buenos Aires. A Arnoldo, en cambio, le tocó en suerte la ciudad de Filadelfia, donde conoció a su esposa, Juana Bohlen Oswald, y donde nació su hija, Matilde Halbach. Matilde, ya crecida, contrajo matrimonio con el conde Leopoldo Otto von Waternsleben

El nieto de este matrimonio, el príncipe Bernardo von Lippe sería el esposo de la reina Juliana y aquel visitante que tanto consintió al matrimonio Perón. “En cuanto a Francisco Halbach”, prosigue el diario, “éste contrajo enlace con Gregoria Manuela de Bolaños y Alagón. Ambos trajeron a este mundo a Matilde Halbach Bolaños, que más tarde siendo una chica casadera se enamoró de su primo Pablo Halbach, y se casó con él. Tuvieron un varón, al que bautizaron Pablo, luego esposo de Marta Bonorino Frías, prima hermana de Esteban Bonorino Lobo. Esteban se casó con Máxima González Islas, la tatarabuela de Máxima. Aunque político, parentesco al fin”.

(*) Descargue aquí la Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas con el informe completo titulado «Los consanguíneos argentinos de Bernardo de los Países Bajos»

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