2 de junio de 2011

Italia celebra, y reniega de los Saboya, una familia muy unida a la Argentina

Mientras se celebra en Italia el 150º aniversario de la Unificación, se cumplen hoy 65 años de la expulsión de la Familia Real, los Saboya, tras un referéndum que eligió la República. La relación íntima de esta dinastía con Argentina.

Hoy se celebra oficialmente en Italia el 150º aniversario de la Unificación Italiana, lograda en 1861 no a partir de una insurrección popular, sino de la acción de políticos e intelectuales que interpretaron un denominador común que ya existía en el idioma, la cultura y la historia de un pueblo. La unificación también propició el ascenso de la Dinastía Saboya, la casa real gobernante en Cerdeña, al Trono de Italia.

Si bien la fecha es el 17 de marzo, en esta ocasión el presidente italiano, Giorgio Napolitano, decidió de modo excepcional unificar la celebración con el Día de la República que conmemora el referendo a través del cual los italianos eligieron, el 2 de junio de 1946, dejar de ser una monarquía para ser república.

La conmemoración congregó hoy en Roma a 42 jefes de Estado -entre ellos el Rey de España y nuestra presidenta Cristina de Kirchner- y a 80 delegaciones internacionales que presenciaron un desfile militar y asistirán a un concierto sinfónico y una cena de honor.

Ningún miembro de la antigua Familia Real, los Saboya, fueron invitados, y único recordatorio oficial hacia la dinastía que gobernó Italia durante 85 años fue el homenaje al Soldado Desconocido en el monumento al rey Víctor Manuel II, donde fue depositada una corona de laurel.
Desde los tiempos de Mussolini (precisamente por la cercanía de la familia real con el fascismo), la relación entre Italia y los Saboya ha sido desastrosa, y aún más teniendo en cuenta el historial de vergüenzas públicas del último príncipe heredero. 

Pero la Casa de Saboya siempre guardó relación muy especial con Argentina. Ésta comenzó en 1836, cuando el Reino de Cerdeña -entonces gobernado por Carlos Alberto II de Saboya- se convirtió en el cuarto estado en reconocer la independencia de nuestro país.
Con el paso de los años, las relaciones diplomáticas se hicieron más estrechas y motivaron la visita, a principios de los años ‘20, del presidente Marcelo T. de Alvear a Italia, donde fue recibido con pompas y honores por el rey Víctor Manuel III y la reina Elena.

En retribución a aquella visita, el hijo y heredero del monarca italiano, el príncipe Humberto, fue recibido por una multitud y el presidente con un extraordinario desfile en su honor en la Costanera Sur, zona que, especialmente para la recepción, fue enteramente rediseñada con nuevas pérgolas, calles, veredas y cientos de árboles.

El príncipe (que durante su visita se hospedó en el magnífico Palacio Devoto, ubicado en la Av. Nacional, hoy Salvador M. del Carril y que era la residencia más suntuosa de la ciudad, en aquel entonces) también presenció un desfile cívico en la Plaza de los Dos Congresos y que contó con la presencia de 25.000 niños de escuelas públicas de la Argentina.

El pueblo italiano devolvió la generosidad con que el pueblo argentino recibió a su príncipe heredero, y en 1927 donó a la ciudad el “Mástil de los italianos”, obra del escultor italiano Gaetano Moretti inspirado en los mástiles de la Plaza de San Marcos en Venecia, en el mismo sitio de Buenos Aires donde el príncipe Humberto pisó por primera vez tierra argentina. Su construcción fue gracias a una colecta realizada por la comunidad italiana, y en los costados del monumento puede leerse un mensaje de gratitud “al hospitalario Pueblo Argentino”.

La ciudad de Buenos Aires homenajeó a la Familia Real bautizando una calle en San Telmo con el nombre de Humberto I, el abuelo del real visitante, asesinado en 1900. Fue aquella vez cuando sonaron por primera vez las insoportables sirenas del edificio del diario La Prensa, en Av. de Mayo, anunciando el regicidio. 

El asesinato del monarca saboyano consternó tan profundamente a la colectividad italiana en la Argentina, que se organizaron homenajes fúnebres, misas y recordatorios en todo nuestro país. Por eso es que, en distintas ciudades argentinas existe al menos una calle que lleva el nombre del malogrado monarca y que un pueblo de la provincia de Santa Fe se llame “Humberto Primo”.

Humberto de Saboya nunca más pudo volver a nuestro país. Durante la Segunda Guerra Mundial capitaneó el ejército del Norte, primero, y las tropas del sur y del centro de Italia, después. Su reinado fue muy realmente corto: apenas un mes. Al final de la segunda guerra mundial, el 9 de mayo de 1946, su padre, Víctor Manuel III, se vio obligado a abdicar en favor de su hijo. Es por eso que se le conoció con el apodo de “el rey de mayo”, por haber logrado reinar en el mes de mayo.

Al mes siguiente, el 2 de junio, el pueblo italiano, mediante referéndum, escogió la República como forma de gobierno, por doce millones de votos contra otros diez de monárquicos, y Humberto II, su familia y un amplio número de cortesanos tuvieron que abandonar Italia para acabar instalándose en Portugal, en Cascais, a las afueras de Estoril, donde viviría un eterno y amargo exilio. Era el fin de la Dinastía Saboya.

María José de Bélgica, que se casó con Humberto en 1930, mantuvo toda su vida una cercana relación con Argentina. Amante de las artes y las letras, admiró a Borges y a Piazzolla, y a sus ochenta años pudo cumplir su viejo anhelo de conocer nuestro país. Su sencilla presencia dejó un sabor agradable en el recuerdo de muchos argentinos, y los periódicos la mencionarían siempre con nostalgia: “Ojos celestes, extremadamente vital, inteligente, y amante de la cultura, fue una soberana que siempre fue en contra de la corriente”.
Pero la relación de los Saboya con Argentina no termina allí. Quien vivió mucho tiempo en la provincia de Córdoba fue la princesa Beatriz, hija de Humberto y María José, casada con el argentino Luis Reyna Corvalán, a quien su suegra adoraba. 

La historia de amor nos la cuenta el diario Clarín: “Elegante, buen mozo, amigo de las fiestas, Reyna Corvalán frecuentaba al mundo diplomático y a la alta burguesía. En noviembre de 1968 se conocieron en el Gran Palco de Honor del Gran Teatro de Ginebra. Enseguida, el porteño de ojos verdes sedujo a la princesa. Así nació un romance apasionado, con peleas frecuentes porque la princesa tenía agudos pozos depresivos que la llevaron a intentos de suicidios. Uno de esos intentos lo hizo María Beatriz en la casa de Reyna, en Ginebra, antes de que se casaran (…)".

La princesa no podía evitar sus ataques depresivos y se sabía que bebía demasiado. El nacimiento de su hija, en 1970, mejoró el estado espiritual de María Beatriz. También mejoró la relación con Reyna Corvalán. Quienes sentían mucho afecto por el diplomático argentino eran el rey Humberto y la reina María José. Tras un tormentoso matrimonio, Reyna y la princesa se separaron. El argentino, hombre culto, comenzó a vincularse con el mundo universitario y a frecuentar círculos intelectuales en México, en una mansión que pertenecía a la reina María José y donde fue asesinado en 1999.

Darío Silva D'Andrea

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