Alberto II de Mónaco y la sudafricana Charlene Wittstock ya son, oficial y religiosamente, marido y mujer. A las 17.30 (hora de Mónaco) se dieron el necesario "Oui" (Sí) para sellar la bendición matrimonial. Galería de imágenes.
Las campanas de las iglesias del principado de Mónaco anunciaron a la población que ya tienen nueva princesa. Por primera vez en décadas las sonrisas volvieron a reinar en el viejo castillo de los Grimaldi, hasta hoy ensombrecido por la muerte de la princesa Grace.
Tras un rápido paseo por las calles de Mónaco, la novia ofrendó su ramo a Santa Devota, patrona de Mónaco, en la capilla que lleva su nombre, frente al puerto. Por un rato, los monegascos olvidaron los preocupantes rumores de crisis en la pareja y las sombras trágicas de su dinastía.
Altas temperaturas y nubes amenazantes de lluvia no robaron protagonismo a la boda real, y Mónaco quedó convertido durante algunas horas en la capital mundial de la moda. Miembros de la realeza, líderes mundiales y celebridades asistieron a la larguísima ceremonia católica (de una hora y media de duración) que se celebró en una improvisada iglesia al aire libre, en el patio central del palacio que los príncipes de Mónaco ocupan desde el siglo XIII.
Las ceremonias comenzaron puntualmente, a las 17. Desde varios minutos antes, los canales de televisión transmitieron a los cinco continentes la llegada de los más importantes invitados: los reyes de Suecia, los de Bélgica, y la princesa Máxima de Holanda, vestida de color naranja, símbolo de su dinastía.
Miles de monegascos -así como turistas europeos y sudafricanos- vieron la boda en pantallas gigantes ubicadas en la Iglesia de Santa Devota, en la catedral nacional y en distintos puntos del principado.
Todos aquellos ciudadanos (documentos en mano) pudieron ubicarse cómodamente en las 3.500 sillas dispuestas en la explanada semicircular que se encuentra frente al palacio y ver la boda en las pantallas gigantes ubicadas a ambos lado de la Puerta principal.
Al sonar de la música de Haendel, Mozart y Bach, interpretada por la orquesta nacional monegasca, los prelados y obispos de Mónaco, presididos por el arzobispo Bernard Barsi, entraron al gran Patio de Honor, engalanado con una alfombra roja del diseñador Kamyar Moghadam.
Las imágenes de la televisión monegasca en el interior del patio ofrecieron imágenes realmente majestuosas de la ceremonia, en la que cantaron la soprano estadounidense Renée Fleming, el tenor italiano Andrea Bocelli y el peruano Juan Diego Florez.
A las 16.59 hacía entrada el príncipe Alberto, luciendo el uniforme militar de gala, de color blanco. Un minuto más tarde, lo hacía Charlene, evidentemente nerviosa y convertida en princesa de Mónaco 24 horas antes, del brazo de su padre, Michael Kenneth Wittstock. Seis niñas vestidas con trajes tradicionales y representando a cada uno de los barrios de Mónaco compusieron el cortejo de la novia.
Llevaba un vestido de Giorgio Armani engarzado con 40.000 cristales, 20.000 perlas y 30.000 piedras preciosas. El palacio monegasco informa de que el traje llevó 2.500 horas de trabajo y “kilómetros” de hilos de platino cosidos en seda.
Entre sus manos, Charlene de Mónaco llevaba un ramo confeccionado también por Armani y realizado por el Garden Club de Mónaco con orquídeas y con proteas rosas, la flor nacional de su país de adopción, Sudáfrica.
El padre Carlo Adams comenzó la ceremonia en Áfricaans, una de las lenguas oficiales de Sudáfrica: "Una cálida bienvenida a todos los invitados que vienen de diferentes partes de Sudáfrica para vivir a la alegría de la pareja principesca, y el júbilo del pueblo monegasco. Esperamos que esta unidad entre el príncipe Alberto y la princesa Charlene sea como un símbolo de esperanza y fraternidad para todos los pueblos del mundo".
La ceremonia, oficiada por el arzobispo Barsi, siguió con precisión la liturgia católica. Cuatro lecturas bíblicas (hechas por las sobrinas de Alberto: Charlote Casiraghi, Pauline Ducruet, Camille Gottlieb y Alejandra de Hannover) se alternaron con interpretaciones musicales de la Ópera de Montecarlo y la Orquesta Filarmónica de Mónaco actuaron entre cada intervención.
La pareja prometió mantenerse fiel “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”, para amarse todos los días de su vida, y después de que el arzobispo expresara su deseo de que “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”, intercambiaron anillos.
La artista sudafricana Pumeza Matshikiza interpretó, en honor a la novia, una divertida y original canción que animó a los invitados, y luego un solista y la Orquesta Filarmónica interpretaron “Laudate Dominium”, un extracto de la obra "Solennes de Confessore" de W. A. Mozart.
Un grupo treinta de niños cantores -de entre 9 y 15 años- interpretó el "Himno al príncipe", en honor del soberano, dirigidos por Pierre Debat, maestro de capilla del palacio y de la catedral y minutos más tarde el tenor italiano Andrea Bocelli interpretaría el "Ave María" de Franz Schubert.
A las 18.32 los príncipes atravesaron, escoltados por una guardia de honor, la puerta principal del palacio para presentarse ante los monegascos reunidos en el exterior, poniéndose así punto final a una ceremonia espectacular. En medio de una colorida escena, en lo alto de la Roca y a orillas del Mediterráneo, llovieron pétalos de flores, aplausos y lágrimas entre los monegascos, que dieron así la bienvenida a su primera Princesa soberana en 29 años de historia. (Perfil.com)
Tras un rápido paseo por las calles de Mónaco, la novia ofrendó su ramo a Santa Devota, patrona de Mónaco, en la capilla que lleva su nombre, frente al puerto. Por un rato, los monegascos olvidaron los preocupantes rumores de crisis en la pareja y las sombras trágicas de su dinastía.
Altas temperaturas y nubes amenazantes de lluvia no robaron protagonismo a la boda real, y Mónaco quedó convertido durante algunas horas en la capital mundial de la moda. Miembros de la realeza, líderes mundiales y celebridades asistieron a la larguísima ceremonia católica (de una hora y media de duración) que se celebró en una improvisada iglesia al aire libre, en el patio central del palacio que los príncipes de Mónaco ocupan desde el siglo XIII.
Las ceremonias comenzaron puntualmente, a las 17. Desde varios minutos antes, los canales de televisión transmitieron a los cinco continentes la llegada de los más importantes invitados: los reyes de Suecia, los de Bélgica, y la princesa Máxima de Holanda, vestida de color naranja, símbolo de su dinastía.
Miles de monegascos -así como turistas europeos y sudafricanos- vieron la boda en pantallas gigantes ubicadas en la Iglesia de Santa Devota, en la catedral nacional y en distintos puntos del principado.
Todos aquellos ciudadanos (documentos en mano) pudieron ubicarse cómodamente en las 3.500 sillas dispuestas en la explanada semicircular que se encuentra frente al palacio y ver la boda en las pantallas gigantes ubicadas a ambos lado de la Puerta principal.
Al sonar de la música de Haendel, Mozart y Bach, interpretada por la orquesta nacional monegasca, los prelados y obispos de Mónaco, presididos por el arzobispo Bernard Barsi, entraron al gran Patio de Honor, engalanado con una alfombra roja del diseñador Kamyar Moghadam.
Las imágenes de la televisión monegasca en el interior del patio ofrecieron imágenes realmente majestuosas de la ceremonia, en la que cantaron la soprano estadounidense Renée Fleming, el tenor italiano Andrea Bocelli y el peruano Juan Diego Florez.
A las 16.59 hacía entrada el príncipe Alberto, luciendo el uniforme militar de gala, de color blanco. Un minuto más tarde, lo hacía Charlene, evidentemente nerviosa y convertida en princesa de Mónaco 24 horas antes, del brazo de su padre, Michael Kenneth Wittstock. Seis niñas vestidas con trajes tradicionales y representando a cada uno de los barrios de Mónaco compusieron el cortejo de la novia.
Llevaba un vestido de Giorgio Armani engarzado con 40.000 cristales, 20.000 perlas y 30.000 piedras preciosas. El palacio monegasco informa de que el traje llevó 2.500 horas de trabajo y “kilómetros” de hilos de platino cosidos en seda.
Entre sus manos, Charlene de Mónaco llevaba un ramo confeccionado también por Armani y realizado por el Garden Club de Mónaco con orquídeas y con proteas rosas, la flor nacional de su país de adopción, Sudáfrica.
El padre Carlo Adams comenzó la ceremonia en Áfricaans, una de las lenguas oficiales de Sudáfrica: "Una cálida bienvenida a todos los invitados que vienen de diferentes partes de Sudáfrica para vivir a la alegría de la pareja principesca, y el júbilo del pueblo monegasco. Esperamos que esta unidad entre el príncipe Alberto y la princesa Charlene sea como un símbolo de esperanza y fraternidad para todos los pueblos del mundo".
La ceremonia, oficiada por el arzobispo Barsi, siguió con precisión la liturgia católica. Cuatro lecturas bíblicas (hechas por las sobrinas de Alberto: Charlote Casiraghi, Pauline Ducruet, Camille Gottlieb y Alejandra de Hannover) se alternaron con interpretaciones musicales de la Ópera de Montecarlo y la Orquesta Filarmónica de Mónaco actuaron entre cada intervención.
La pareja prometió mantenerse fiel “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”, para amarse todos los días de su vida, y después de que el arzobispo expresara su deseo de que “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”, intercambiaron anillos.
La artista sudafricana Pumeza Matshikiza interpretó, en honor a la novia, una divertida y original canción que animó a los invitados, y luego un solista y la Orquesta Filarmónica interpretaron “Laudate Dominium”, un extracto de la obra "Solennes de Confessore" de W. A. Mozart.
Un grupo treinta de niños cantores -de entre 9 y 15 años- interpretó el "Himno al príncipe", en honor del soberano, dirigidos por Pierre Debat, maestro de capilla del palacio y de la catedral y minutos más tarde el tenor italiano Andrea Bocelli interpretaría el "Ave María" de Franz Schubert.
A las 18.32 los príncipes atravesaron, escoltados por una guardia de honor, la puerta principal del palacio para presentarse ante los monegascos reunidos en el exterior, poniéndose así punto final a una ceremonia espectacular. En medio de una colorida escena, en lo alto de la Roca y a orillas del Mediterráneo, llovieron pétalos de flores, aplausos y lágrimas entre los monegascos, que dieron así la bienvenida a su primera Princesa soberana en 29 años de historia. (Perfil.com)
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