22 de agosto de 2011

Los reyes de los apodos

En la historia de España casi todos los reyes han sido conocidos por un apodo alusivo a su personalidad o su físico.




A Felipe III se le conocía como El Piadoso, porque rezaba nueve rosarios al día, uno por cada mes que Jesucristo pasó en el vientre de su madre. A Carlos II, se le llamó El Hechizado dada la cantidad de taras psíquicas y físicas que arrastraba. Se creía que estaba maldito.

Carlos IV no tuvo ningún problema con su mote: El cazador, por sus innegables habilidades cinegéticas. Sólo en 1805 cazó 2.016 conejos, 16 jabalíes, 214 lobos, 3 gatos, 35 venados, 195 tórtolas y 206 palomas, entre otros centenares de animales.

Sancho III fue El Deseado; Alfonso XII, El Pacificador; Jaime II, El Justo… Apodar a los reyes según sus virtudes y también sus defectos fue costumbre hasta hace relativamente poco tiempo. Así, hay monarcas de quienes se resaltó su comedimiento, como Felipe II, El Prudente; la solidez y el acierto de su gobierno, Fernando I, El Grande; su belleza, Felipe I, El Hermoso; sus facultades musicales, Teobaldo I, El Trovador, o su afición a la bebida, José I, más conocido como Pepe Botella.

José María Solé cuenta en su libro Apodos de los reyes de España el motivo de muchos de estos motes, casi un centenar, y la historia de los mismos. Desde los laudatorios El Sabio, El Noble, El Benigno; hasta los que señalan actitudes censurables: El Intruso, El Temblón, El Fratricida; incluso determinadas características y defectos físicos: El Tuerto, El Jorobado, El Calvo, El Gordo

A Ramón Berenguer II se le llamó Cabeza de estopa, por el color rubio de sus cabellos, y a Enrique IV, El Impotente, algo que necesita una explicación, ya que para dar testimonio de que los matrimonios reales se consumaban, buena parte de la corte –nobles, validos, algún obispo, criadas, médicos, bufones de palacio– asistía al delicado momento de la concepción, con lo que no es raro que quien más quien menos se acabara arrugando.

Hay también monarcas que tuvieron más de un mote, a veces contradictorio. Así, a Felipe V se le conoció primero como El Animoso y después como El Melancólico. Igual que a Pedro I, a quien parte de sus súbditos llamaron El Cruel y otros El Justiciero. O Fernando VII, que fue El Deseado para unos y El Felón para otros, dado que su reinado fue de los más indeseado. Luego está el Conde García Fernández, todo un hombretón, batallador y vengativo a quien se conoció como El de las Blancas Manos, tan blancas que siempre las llevaba enguantadas.


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