10 de noviembre de 2011

¿Podrá Kate escapar de la maldición de Kensington?


Una reina murió de viruela en el palacio de Kensington una semana después de mudarse allí. Otra perdió 17 hijos. Princesas tristes y pocos matrimonios sobrevivieron a la "maldición" del futuro hogar de los príncipes Guillermo y Kate. 






Después de varios días de agonía, la reina Carolina finalmente sucumbió a un final terrible y persistente de envenenamiento de la sangre. Sufría de una hernia umbilical, como resultado de su octavo embarazo.

A pesar de que los médicos la trataron desesperadamente, no fueron capaces de examinarla con la rigurosidad necesaria, debido a que era considerado ofensivo hacia la dignidad real.

Finalmente, tras batallar largos días contra los cortesanos, se armaron de valor para echar un vistazo a la sección del intestino que sobresalía a través de su abdomen. Pero en vez de empujarlo hacia atrás, tomaron la fatídica decisión de cortarlo.

Ocho días después, Caroline, la esposa de Jorge II, exhaló su último aliento en Kensington. Esta escena horrible de muerte tuvo lugar en 1737, pero Caroline -quien fuera alguuna vez que una glamourosa anfitriona del palacio de Kensington- no fue la única figura real trágica asociada con esta residencia real.

Entre estos muros, patios y pasillos perseguidos por la tragedia durante 320 años, vivirán próximamente el príncipe Guillermo y su esposa, Catalina, duquesa de Cambridge. Más precisamente en los apartamentos donde la princesa Margarita (1930-2002) compartió su desdichada vida conyugal con lord Snowdon durante 18 años.

Según la jefa de curadores de los Palacios Reales Históricos ingleses, Lucy Worsley, han existido al menos siete princesas inglesas asociados con el palacio de Kensington con existencias amargas, trágicas o demenciales.

La letanía de desastres es tal que su historia bien podría ser descrita como una maldición, e incluso si afirma la existencia de fantasmas que rondan por las noches entre los salones del palacio.

Las historias que los celadores han ido relatando y anotando en los cuadernos de registro incluyen informes de gritos, golpes y avistamientos de fantasmas.

Hoy, los turistas que decidan pagar los 14 euros que cuesta la entrada al palacio pueden conocer las historias de la reina María II y «Peter the Wild Boy» («Pedro el Niño Salvaje») y ver el espeluznante espectro que siempre vigila desde una de las ventanas. Además, hay un tour especial que relata las vidas de las siete princesas que han vivido en el Palacio de Kensington desde el siglo XVII.

En los últimos tiempos, todo el mundo reconoce majestuosa fachada del palacio gracias a la ya emblemática imagen de un mar de flores en las afueras de las verjas del palacio, reunidas allí por los dolientes tras la trágica muerte de la princesa Diana en 1997.


Detrás de esos elegantes portales, la madre del príncipe Guillermo nunca conoció la felicidad conyugal. Ni tampoco su tía abuela, Margarita.

Durante los años sesenta, el apartamento fue testigo de glamour extraordinario como Margarita y su esposo, fotógrafo, Lord Snowdon, que servían de perfectos anfitriones de sus famosos amigos, como el bailarín de ballet Rudolf Nureyev y los Beatles, que se reunían en el Salón azul para tocar el piano.

Después de la amarga separación de la pareja, las mismas habitaciones presenciaron el escándalo que supuso la relación de Margarita con el actor Peter Seller o Roddy Llewellyn.

Para entonces, el Palacio de Kensington había sido testigo de tres siglos de innumerables capítulos de escándalo y tragedia de la familia real inglesa.

En 1690, el rey Guillermo III y la reina María Estuardo encargaron al gran arquitecto de la Catedral de San Pablo, Sir Christopher Wren, que remodelara y ampliara una casa que habían comprado en Kensington para escapar de "la suciedad" del viejo palacio de Whitehall, donde los monarcas ingleses habían residido desde hace siglos.

Por aquel entonces, Kensington era conocido como un refugio rural, y se decía que era la "cura sin medicamentos" para cualquier enfermo, por su aire tan limpio.

Por desgracia, esto no resultó ser el caso para la pobre reina María. Apenas la pareja real se trasladó al palacio, contrajo la viruela. Una semana más tarde, estaba muerta, con tan sólo 32 años.


Los ingleses amaban a María por su belleza. Tanto que hubo expresiones de dolor como cuando murió la princesa Diana. El gran cronista inglés John Evelyn dijo que "nunca hubo un duelo tan universal".
 
Pero la mala suerte palacio no había hecho más que empezar. En 1702, el mismo Guillermo III murió y fue sucedido por su cuñada, la reina Ana, la más trágica de las figuras relacionadas al palacio de Kensington.
 
La desdichada reina Ana, que amaba a su amiga de toda la vida, la duquesa de Marlborough, se casó con el aburrido príncipe George de Dinamarca. "Lo he visto borracho, he visto sobrio y no hay nada bueno en él", comentó su propio tío, el rey Carlos II.
 
A pesar de su falta de carisma, Ana quedó embarazada en 17 ocasiones, en un intento desesperado por dar un heredero al trono, pero ninguno de sus hijos alcanzó la edad adulta.

Algunos murieron tras un aborto natural, otros nacieron muertos, y otros murieron en la infancia, como consecuencia de la viruela, un mal común en la época.

El que más edad alcanzó fue el príncipe Guillermo, que sucumbió a una misteriosa dolencia en la edad de 11 años.

Su desgastada y desconsolada madre le siguió a la tumba 14 años después, con tan sólo 49 años y aquejada de gota.

El fracaso de Ana para producir un heredero significó el fin de la dinastía de los Estuardo. A pesar de que había más de 50 parientes consanguíneos cercanos, todos fueron rechazados porque eran católicos.

En cambio, en 1714, el primer Hannover llegó al trono en la corpulenta figura de Jorge I, el pariente vivo protestante más cercano a la reina Ana.

En un intento por disipar la maldición que ya pesaba sobre el palacio, y hacerlo más acogedor que el emblemático Palacio de St. James, el nuevo rey ordenó adornar sus escaleras y salones con fotos de sus criados, doncellas, y niños de la dinastía.

La vida familiar de Jorge I fue un verdadero desastre. Cuando se mudó a Londres, había dejado encerrada en un castillo alemán a su infiel esposa, la reina Sofía, y había rumores de que él mismo había ajusticiado al amante de Sofía, asesinándolo a machetazos.

La amplia renovación que Jorge I encargó para el palacio de Kensington dio un breve período de glamour, después de décadas de tragedia, pero no vivió para ver sus mejores años.

Apenas murió Jorge, en 1727, los muros palaciegos fueron llenados con el sonido del potente carácter de su nuera, Carolina, reina consorte de Jorge II.

Carolina, conocida como "la princesa más gordo y más divertida", así como la  más inteligente, decoró los salones aún más solemnemente que lo que lo haría la princesa Margarita más de dos siglos más tarde.

Verdadera intelectual, que ejerció gran influencia política sobre el primer ministro Robert Walpole, Carolina instaló una biblioteca en el palacio, y encargó los bustos de mármol de los reyes de Inglaterra. Pero la maldición del palacio continuó.

Allí vivió la princesa Carlota (1796-1819), nieta de Jorge III y cuyos padres -el príncipe Jorge de Gales y Carolina de Brunswick- se odiaban. 

El príncipe de Gales, sin embargo, amaba a su hija. Y cuando ésta se casó, muy enamorada, con el príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo-Gotha, ordenó celebrar el acontecimiento con pompa y ceremonia. 

La princesa lució un vestido que costó la asombrosa cifra de £ 10,000 (£ 600,000 en dinero de hoy). La razón de la felicidad de Jorge era que el matrimonio de su única hija aseguraría la sucesión al trono.

Sólo un año después, a la edad de 21 años, Carlota murió junto con un hijo muerto, después de un trabajo parto de 48 horas de duración. 


Multitudes salieron a las calles en manifestación de tristeza, y su médico se suicidó, avergonzado. La muerte de la princesa desató una alarmante crisis en el seno de la familia real británica, porque aunque su abuelo Jorge III había tenido 16 hijos, ninguno de los varones tenía descendencia legítima.

La denominada "carrera por el bebé" fue ganada por su cuarto hijo, Eduardo, duque de Kent, que a sus casi sesenta años se casó con una princesa alemana a la que nunca amó.

Su hija Victoria, nacida en 1819, se convertiría en la reina más poderosa de la historia británica. Pero no pasó una infancia feliz en el palacio de Kensington. Aislada por su madre, dominada a su vez por su desagradable amante, sir john Conroy, y colocada en el medio de una tormenta de relaciones dinásticas, no es de extrañar que, apenas coronada reina, en 1837, Victoria decidiera mudarse cuanto antes al Palacio de Buckingham, donde vivía su tío Guillermo IV.

En el siglo XX, varios personajes de la familia real habitaron el palacio, como la hermosa princesa Marina de Kent o su cuñada, Alicia de Gloucester, que pasó los últimos años de su vida aquejada por un problema mental que la hizo olvidar de todo y de todos.



Su sobrina, y vecina de apartamento, fue Margarita, que desde que su matrimonio se derrumbó en los años 70 vivió allí sola con ninguna compañía más que el célebre fantasma de una dama desconocida que ronda el palacio.

Su vecina durante sus últimos años fue la princesa Diana, con quien tenía mucho en común, pese a que no se soportaban. 

Los últimos años de Margarita, se cuenta, transcurrieron con su obsesión por espiar detrás de las cortinas a la princesa Diana, cuando ésta llevaba a casa a sus amantes escondidos en el maletero de su coche.

Aunque Margarita no pudo ver nada desde sus ventanas, por encontrarse orientadas hacia otro lado, sin duda habrá tenido conocimiento de uno de los sucesos más conmovedores que tuvo lugar en el palacio, bajo los auspicios de la princesa de Gales: el entierro clandestino de la hija menor de la mejor amiga de Diana, Rosa Monckton, en el jardín trasero del palacio. 

En 1997, el cadáver de Diana, de 37 años, fallecida en un grave accidente automovilístico en un túnel de París, reposó durante una noche en solitario, bajo la tenue luz de su último hogar.

Hoy, mientras que más de un millón de libras ya fueron designadas para la restauración y decoración del desaparecido apartamento de Margarita, estas historias no constituyen más que recuerdos, malos recuerdos, que la nueva pareja tendrá que hacer desaparecer para dar paso a un nuevo período de felicidad.

Todos nosotros, ciertamente quisiéramos que Kate tenga mejor suerte y mayor felicidad que la mayoría de las princesas que han vivido allí antes que ella...




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