8 de noviembre de 2011

Una nieta de Napoleón, sepultada en el ilustre Cementerio de Recoleta, en Buenos Aires


Los restos mortales de una pequeña niña, que apenas vivió unos días, descansan todavía cerca de la tumba de su madrina, doña Mariquita Sánchez de Thompson, aunque no hay ninguna placa que la recuerde. 





El Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires, ha sido siempre uno de los puntos turísticos más importantes de Latinoamérica. Ya sea por los próceres que se encuentran allí o por las complejas obras arquitectónicas que se han hecho en su memoración. Sin embargo, el predio de los recoletos encierra varios mitos entre bóveda y bóveda.

Sarmiento, Rosas, Alberdi, Roca, Evita, Leloir y otras tantas personalidades que dejaron huella en la historia descansan allí. Pero no son los únicos. Desde hace tiempo se cree que muchos célebres desconocidos descansan eternamente bajo el cielo porteño.

Entre ellos: un hijo del rey Jorge IV de Inglaterra, y el famoso “último Delfín de Francia”, que se suponía muerto en una prisión de Europa a los diez años.

La más triste de estas historias es protagonizada por una niña que apenas logró sobrevivir unos días: Isabel Walewska, nacida en los primeros días de junio de 1947.

La  niña fue bautizada el 13 de junio en la Iglesia de San Francisco, pero a los pocos días, el 2 de julio, la pequeña, que escasamente llegaba al mes de vida, murió.

Su cuerpecito fue enterrado en la Recoleta, pero lo que pocos sabían entonces es que a la que enterraban era nada menos que la nieta del emperador francés Napoleón Bonaparte.

Su padre, el conde Alexandre Florian Joseph Colonna Walewski nació el 4 de mayo de 1810, en el castillo de Walewic, en Polonia. Su madre era la condesa polaca María Walewska. Su padre, Napoleón Bonaparte, Emperador de los Franceses desde 1804.



Educado en Ginebra y en Varsovia, Alexandre recorrió Inglaterra y Francia, donde llegó al estallar la revolución de 1830. En París fue bien recibido por el duque Luis Felipe de Orleáns, quien al ascender al trono francés le confió una misión en Polonia.

Allí, en 1831, fue ayudante del general en jefe del Ejército polaco, y cumplió asimismo una misión diplomática polaca ante el gobierno inglés.

Vuelta Polonia a caer en manos rusas, se naturalizó francés y entró al Ejército, donde cumplió diferentes funciones en varios destinos. Se retiró en el 37 y se dedicó al periodismo y la literatura.

Thiers lo designó más tarde Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno de la Confederación Argentina, por lo que arribó a Montevideo el 6 de mayo de 1847, pasando de inmediato a Buenos Aires. Aquí nació, fue bautizada y murió su hijita, como ya vimos.

El viaje en barco fue largo y difícil. No menos que su misión: negociar con el brigadier general Juan Manuel de Rosas el fin del bloqueo francés al puerto de Buenos Aires. A la semana de llegar, su esposa, Marie Anne de Ricci, dio a luz a la débil y enferma niña.

Los médicos le brindaron mil cuidados por indicación del propio brigadier general Rosas, velaron noche y día junto a ella, pero no pudieron salvarla.

A los pocos días, la niña falleció. Ante el desconsuelo de sus padres y la conmoción de toda la ciudad de Buenos Aires, fue sepultada en la Recoleta el 2 de julio de 1847, por decisión de su madrina, Doña María ("Mariquita") Sánchez de Thompson, y el numeroso cortejo fúnebre reunió a lo más granado de la sociedad porteña.



Dos días después, el 4 de julio el conde Waleski y su esposa partieron a Montevideo.

En 1881, cuando el intendente Marcelo Torcuato de Alvear (futuro presidente de la Nación) ordenó una remodelación general y el cementerio pasó a tener una apariencia muy similar a la actual, los sepultureros buscaron afanosamente el ataúd de la niña, pero nadie recordaba dónde había sido enterrado.

Finalmente apareció un diminuto féretro que se depositó en la cripta de Mariquita Sánchez. La inscripción del cuerpo figura en los registros del cementerio, aunque nadie puede precisar el lugar exacto de su inhumación.

Algunos cuidadores del cementerio comentan que ciertas noches puede oírse el llanto de un bebé proveniente de esa tumba, y algunos se atreven a contar que, si uno es lo suficientemente valiente como para acercarse, podrá ver a la pequeña Isabel llorando en brazos de su madrina.

Lo único cierto es que en suelo argentino, precisamente en Buenos Aires, olvidada, yace Isabelita, la nieta que Bonaparte nunca conoció... ¿dónde estará su cuerpecito? ¿quién le pondrá una flor?


Darío Silva D'Andrea



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