La última noche del año 1971, Federico IX de Dinamarca dirigió sus votos de felicidad al pueblo danés a través de la televisión y la radio, tal y como lo venía haciendo desde hacía tantos años.
La pantalla dejó ver un rostro terriblemente cansado. El lunes 3 de enero de 1972, la radio comunicó que el rey tuvo que ser trasladado de urgencia al hospital municipal de Copenhague. Le habían detectado una severa gripe y un principio de neumonía, pero lo que más preocupó a los médicos fue su debilidad cardíaca.
La mayor de sus tres hijas, la princesa Margarita, nombrada heredera mediante un referéndum en 1953, fue nombrada regente del Reino.
El día 13 empeoró el estado de salud del soberano, tema que mantuvo en vilo a los daneses. El viernes 14, Federico IX entró en estado de coma, y de forma irreversible.
A las 7.50 de la tarde, mientras cientos de daneses guardan silencio, de pie ante el palacio real y el hospital, todo terminó. Su Majestad tenía setenta y tres años; falleció en el hospital, como el más humilde de sus súbditos.
Media hora más tarde se dio a conocer el comunicado oficial de la muerte de Federico IX, así como el anuncio de que, desde ese instante, Margarita Alejandrina Torhildur Ingrid es la nueva Reina de Dinamarca.
De acuerdo con la costumbre, el primer ministro Jens Otto Krag salió al balcón principal de Christianborg, acompañada por Margarita y anunció a la multitud con la tradicional fórmula mirando hacia tres puntos distintos de la ciudad: "¡El rey Federico IX ha muerto! ¡Viva la reina Margarita II!".
Luego, solicitó a la enorme multitud que se agolpaba en la plaza central del palacio y en las calles que lo rodeaban que se gritara "¡Viva la reina!" un total de nueve veces.
Setenta mil habitantes de Copenhague se reunieron aquel 15 de enero, bajo la lluvia, para aclamar a la erguida reina vestida de negro. También 5 millones de personas que vieron el acontecimiento desde sus casas, a través de la televisión.
"Como mi padre ha ido a reunirse con sus antepasados, yo me convierto en vuestra soberana". A través de esta carta abierta al pueblo y entregada al Gobierno, la princesa regente se convirtió efectivamente en reina, casi sin más formalidades. Las coronaciones en Dinamarca fueron suprimidas en 1840.
Ante el pleno del gobierno, Margarita hizo saber que en lo sucesivo ella reinaría como "Su Majestad la reina reina Margarita II", con lo que eliminaría la larga letanía de títulos históricos que hasta entonces había usado su padre: "rey de los danos, de los wendos, de los godos, duque de Slesvig, de Holstein, de Stolman, etc".
De acuerdo siempre con los ritos tradicionales, el primer ministro presentó su renuncia ante la nueva reina. Ella, respetando el clásico ritual, no se la aceptó.
Los restos mortales del rey fueron expuesto en la capilla del Castillo de Christianborg. Del 19 al 23 de enero, los daneses desfilaron ante su rey, uno de los más queridos que Dinamarca haya tenido jamás.
Las exequias se llevaron a cabo el día 24 en la Catedral de Roskilde, situada a unos treinta kilómetros de la capital, donde han sido inhumados todos los reyes de la historia danesa.
Una carta del rey Federico, abierta después de su muerte, detallaba todo el ceremonial de las exequias. Cuarenta y ocho hombres de la Marina Danesa (a la que perteneció desde niño) arrastraron el carro fúnebre desde la iglesia del castillo de Christianborg hasta la estación central de Copenhague.
Cuando el tren llegó a destino, esos mismos hombres arrastraron nuevamente el furgón, esta vez hasta la Catedral de Roskilde. Tal como se acostumbra en Dinamarca durante las ceremonias fúnebres, los marinos marcharon a un ritmo de sesenta y cuatro medios pasos por minuto.
Detrás caminaron la reina viuda Ingrid y sus tres hijas, la reina Margarita II, la princesa Benedicta y la reina Ana María de Grecia con sus respectivos cónyuges. Acompañaban el cortejo los reyes Gustavo VI de Suecia, Balduino y Fabiola de Bélgica, Juliana de Holanda y Olav V de Noruega, los príncipes de Mónaco, el gran duque de Luxemburgo, el príncipe Felipe de Inglaterra, el presidente Eldjarn de Islandia y el conde de Barcelona.
Durante dos meses, Dinamarca quedó ensombrecida por el duelo. "Es la primera vez en mi vida que he visto verdaderamente apesadumbrados a los alegres daneses", decía un corresponsal extranjero.
El día que siguió a la muerte del rey, todo estuvo cerrado: teatros, cines, estadios... La radio y la televisión suspendieron sus programas de entretenimiento para difundir exclusivamente música clásica, esa música que tanto le gustaba al rey.
Darío Silva D'Andrea
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