3 de febrero de 2012

Un reinado testigo de la gran transformación del Reino Unido y del mundo

El Reino Unido y su monarquía han experimentado una profunda transformación durante el reinado de Isabel II.

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El Reino Unido y su monarquía han experimentado una profunda transformación durante el reinado de Isabel II, una soberana que durante sus sesenta años en el trono se ha entregado en cuerpo y alma a su país.

El 6 de febrero de 1952 la joven princesa Isabel se enteraba durante un viaje a Kenia de que su padre, el rey Jorge VI, había fallecido y ascendía al trono de un país que salía poco a poco de la devastación sufrida en la II Guerra Mundial y empezaba un proceso de descolonización que se aceleraría en años siguientes.

Isabel II iniciaba un reinado que pasará a la historia como uno de los más trascendentales que ha tenido este país, tanto en términos de modernización como de cambios políticos, especialmente porque nadie le niega a la Reina su papel para afianzar la monarquía parlamentaria como el sistema político del Reino Unido.

A sus 25 años, la nueva soberana se comprometió a trabajar por el país después de que su tío, el rey Eduardo VIII, hiciera temblar los cimientos de la monarquía al abdicar en 1936.

Con una actitud estoica ante los momentos más difíciles, Isabel II ha sido testigo durante estos sesenta años de crisis económicas, cambios demográficos, pérdida de colonias, guerras, el terrorismo del Ejército Republicano Irlandés (IRA), el florecimiento de las letras y las artes y, también, de tragedias familiares.

A nivel internacional ha visto la caída del muro de Berlín (1989), el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York (2001) o la Primavera Árabe (2011).

A su llegada al trono, la soberana era jefa de Estado de nada menos que 32 países, cifra que ha quedado reducida en la actualidad a 16, después de que en los pasados años 50 y 60 muchas naciones se independizaran, como Sudáfrica y Pakistán, mientras que en su reinado pidió formar Gobiernos a 12 primeros ministros.

Además de esta descolonización, el Reino Unido empezaba una rápida modernización, con la construcción de las primeras autopistas y la mejora en la calidad de vida de la población gracias al importante aumento de los salarios y el consumo.

Para finales de los pasados años 50 y principios de los 60, el Reino Unido era uno de los países más prósperos del mundo, después de que la población heredara tras la II Guerra Mundial solo "sangre, sudor y lágrimas", como lo describió el entonces primer ministro Winston Churchill.

Y la década del 60 sería una de las más felices para los británicos, gracias al alto nivel de empleo; el auge del cine, la televisión, el teatro y la música, y, para mucha gente en todo el mundo, el Reino Unido era un país progresista y de referencia.

Para entonces, los británicos se levantaban silbando "She loves you, yeah, yeah, yeah": era la década de la Beatlemanía, gracias al éxito de cuatro muchachos de Liverpool que marcaron el antes y el después de la música moderna.

Y el Reino Unido daría al mundo, a través del cine, al espía más famoso: James Bond, el agente al servicio de Su Majestad, además de escritores como Graham Greene, Agatha Christie, Harold Pinter, Frederick Forsyth; actores como Laurence Olivier, Michael Caine, Peter Ustinov, Judi Dench, Helen Mirren, Magggie Smith o Diana Rigg, y pintores como Lucian Freud, David Hockney o Damien Hirst.

Con un gran sentido del deber, Isabel II se mostró siempre firme en todos los momentos y en todas las circunstancias, como cuando vio partir a su segundo hijo varón, el duque de York, a la guerra de las Malvinas (1982) porque era piloto de helicópteros de la Royal Navy (Marina británica) o cuando el heredero al trono, el príncipe Carlos, se separó de Diana de Gales en 1992.

En los últimos veinte años, la reina ha sido testigo de bonanzas y crisis económicas, además de la transformación de la monarquía, que cambiará la ley de sucesión para permitir que pueda heredar el trono el primogénito de los duques de Cambridge, Guillermo y Catalina, tengan un niño o una niña.

A sus 85 años, Isabel II no da señales de cansancio ni está dispuesta a abdicar porque está cumpliendo con la promesa que hizo a sus 21 años: "Toda mi vida, sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio". EFE




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