Matar al Rey: Enigmas sin resolver en el intento de asesinato de Eduardo VIII de Inglaterra




El 16 de julio de 1936, durante un desfile real por las calles de Londres, mientras el rey Eduardo VIII cabalgaba al frente de las tropas de regreso hacia Constitucion Hill, un hombre entre la multitud extrajo un arma. Una mujer situada a su lado se abalanzó sobre él y comenzó a gritar, alertando a un policía que logró reducir al que había intentado cometer un regicidio. Forcejeando con los agentes de policía, el arma fue a dar a las patas del caballo del rey.

Al ver un objeto metálico que se deslizaba hacia él, el monarca supuso que se trataba de una bomba y se preparó para el estallido. "Pensé que Su Majestad era un cobarde", escribió el cortesano John Aird, "pero después de hoy debo reconsiderar mi opinión y darle al rey los puntos más altos por no mirar alrededor, siquiera cuando sucedió. El rey siguió cabalgando en completa calma, sin siquiera acelerar el paso del caballo".

En sus memorias, Eduardo recordó también aquel episodio tan confuso: "El general Sergison-Brooke, un hombre sin miedo, miraba con ansiedad hacia donde yo estaba. Volviéndome a él, le dije: «Muchacho, no sé qué era eso, pero si hubiese estallado nos hubiera convertido en un montón de despojos».

El general sonrió tranquilizado y seguimos adelante como si nada hubiera ocurrido (...) Después, me informó uno de mis caballerizos que el objeto que me habían lanzado no era una bomba, sino un revólver cargado".

En cuanto estuvo de regreso en el Palacio de Buckingham, Eduardo VIII escribió para felicitar al comandante en jefe por el éxito del desfile real: "Debemos agradecer al Todopoderoso por dos cosas: primero porque no llovió, y luego porque no se disparó el arma del hombre del traje marrón".

El hombre del traje marrón se llamaba Jerome Brannigan (también conocido como George Andrew McMahon), y camino de la comisaría insistió en que no tenía intención de matar al soberano: "Sólo lo hice como protesta".

Según Scotland Yard, McMahon era un frustrado periodista irlandés convencido deque el ministro del Interior, John Simon, conspiraba contra él: el político querría impedir que publicara un periódico (titulado Human Gazette) que tenía en mente.

Su objetivo, no habría sido atentar contra la vida del rey Eduardo, sino simplemente llamar la atención sobre lo que consideraba una injusticia. "No pudiendo ver al ministro del Interior", escribió Eduardo, "McMahon resolvió dar publicidad a lo que se imaginaba una injusticia produciendo un escándalo público".

Sin embargo, según diría McMahon en el juicio, un año antes se le había acercado un intermediario que le presentó a diplomáticos "de una potencia extranjera". Éstos lamentaron las injusticias en Irlanda y prometieron ayuda para su causa.

McMahon dijo haber informado del encuentro al MI5, la agencia de Inteligencia Británica. Meses después, los diplomáticos le pidieron que perpetrase el asesinato de Eduardo VIII. McMahon afirmó que les seguía la corriente al tiempo que informaba al MI5.

Su versión se aireó en la prensa británica como el producto de una mente desequilibrada. Sin embargo, en 2003 se desclasificaron documentos que abren nuevos interrogantes. El abogado de McMahon no pudo encontrar a los diplomáticos de nombre alemán que su defendido había revelado, pero sí logró confirmar, a través del inspector jefe de la policía londinense, que el irlandés había mantenido contactos con el MI5, aunque no obtuvo datos sobre cuándo o cómo se produjeron y no consiguió testigos relacionados para el juicio.

Dos años más tarde, una curiosa nota en la prensa dijo que Eduardo (ya duque de Windsor luego de abandonar el trono) había estado ayudando económicamente al arruinado McMahon tras su salida de la cárcel. "Es el último hombre al que ayudaría", comentó Eduardo. Su razón no era que hubiese temido por su vida, sino que "McMahon ocupó todas las primeras planas y titulares y nadie leyó mi discurso".

McMahon murió en 1970 y es difícil que se esclarezcan las lagunas del caso, pero parece claro que el irlandés pudo desempeñar un pequeño papel en una intriga de mucho mayor alcance...

Darío Silva D'Andrea

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