El último maharajá indio murió y puso fin a la larga disputa que protagonizó. Su nieto, hijo de una princesa y un chofer de la corte, ha sido coronado. Obituario
El último maharajá indio
Bhawami se despide de este mundo con el orgullo de haber sido la última persona en lucir su condición de maharajá con todas las prebendas del título, antes de que Indira Gandhi, la histórica líder india, eliminara los últimos privilegios de las familias reales indias en 1972.
La muerte le sobrevino al monarca de 79 años en un hospital cercano a Nueva Delhi, capital de la India, el 18 de abril. Ahora, la entronización de su pequeño nieto cierra para siempre -o tal vez, agudiza- las intrigas y apasionantes polémicas que desataron el nombramiento del niño como heredero dinástico.
Coronación en la "Ciudad Rosa"
La ceremonia de entronización del adolescente se llevó a cabo muy solemnemente en el principal palacio de la “Ciudad Rosa” de Jaipur, y estuvo dominada principalmente por cánticos religiosos hindúes y la participación especial de un gran número de sacerdotes y mahants de diferentes religiones, incluyendo el hinduismo, el sijismo, el Islam, y el cristianismoo, que en unanimidad, y cada uno a su manera, bendijeron al joven maharajá.
La ceremonia de entronización del adolescente se llevó a cabo muy solemnemente en el principal palacio de la “Ciudad Rosa” de Jaipur, y estuvo dominada principalmente por cánticos religiosos hindúes y la participación especial de un gran número de sacerdotes y mahants de diferentes religiones, incluyendo el hinduismo, el sijismo, el Islam, y el cristianismoo, que en unanimidad, y cada uno a su manera, bendijeron al joven maharajá.
Su nombramiento como heredero al trono causó agrias disputas entre el viejo maharajá con sus hermanos y sobrinos varones, así como con su madrastra Gayatry Devi, principal bastión de la dinastía, hasta su muerte hace un par de años. El nuevo heredero del trono era el pequeño hijo de la princesa Diya Kumari, y de un modesto empleado de la familia real que escandalizó a la nobleza local al conquistar y desposar a la hija del maharajá.
Tras la coronación, la bandera dinástica del Templo de Chandra Mahal -ubicada a media asta desde la muerte del abuelo- se izó nuevamente en lo alto del mástil y los pomposos golpes de tambor anunciaron al nuevo rey. Los miembros de las familias reales de la India y de la antigua nobleza, representantes del gobierno de la República de la India y el resto de los invitados, rindieron luego los honores a Padmanabh Sawai Singh.
A pesar de que la India es una república desde hace cuatro décadas, tras la desintegración del Imperio Británico y la abolición de todos los principados gobernados por maharajás semidivinos, muchas de las familias reales -como las de Kapurthala, Hyderabad, Gwalior, Jodpur o Jaipur- continuaron viviendo en sus lujosos palacios y gozando de la reverencia popular, como símbolos de un pasado glorioso y brillante.
Cuando las pompas hubieron concluido, Padmanabh Singh no sólo se había convertido en el dueño de un pasado legendario y un futuro de abundancias (al frente de una fortuna valorada en 560 millones de euros), sino que, además, heredó a los aliados, detractores, aduladores y enemigos que desde hacía décadas luchan por el control de la Casa Real de Jaipur en la disputa familiar conocida como “la guerra de los maharajás”.
De semidioses a jubilados
A pesar de que la India es una república desde hace cuatro décadas, tras la desintegración del Imperio Británico y la abolición de todos los principados gobernados por maharajás semidivinos, muchas de las familias reales -como las de Kapurthala, Hyderabad, Gwalior, Jodpur o Jaipur- continuaron viviendo en sus lujosos palacios y gozando de la reverencia popular, como símbolos de un pasado glorioso y brillante.
La fidelidad de los 560 maharajás, que años atrás, tras la independencia de 1947, decidieron sumar sus estados principescos al recién creado país había sido premiada con generosidad hasta entonces con compensaciones económicas vitalicias y exenciones fiscales, que Gandhi les retiró. A los señores feudales les quedaron, eso sí, ciertos derechos simbólicos no escritos y, sobre todo, unos estupendos palacios a los que nadie iba a saber sacar más provecho que los nobles de la Casa de Jaipur.
El campo de polo sobre elefantes sigue siendo cuidado con celo y, aunque se echan de menos las fiestas que daba el padre del maharajá Bhawani con lord Mountbatten, Eleanor Roosevelt o la reina Isabel II, una nueva generación de invitados ha traído hasta Jaipur a Mike Jagger, el Príncipe de Gales o Bill Clinton.
Las partidas de caza de tigres antes del almuerzo fueron suspendidas por estar consideradas políticamente incorrectas -tampoco quedan muchos animales para cazar-, pero el maharajá siguió despistando los achaques de la edad para darse grandes homenajes bañados en champaña a la menor oportunidad.
Las partidas de caza de tigres antes del almuerzo fueron suspendidas por estar consideradas políticamente incorrectas -tampoco quedan muchos animales para cazar-, pero el maharajá siguió despistando los achaques de la edad para darse grandes homenajes bañados en champaña a la menor oportunidad.
"Burbujas"
Considerado un símbolo político, cultural y religioso del moderno Rajastán, su alteza el maharajá Bhawani Singh (apodado familiarmente como “Bubbles”, o “Burbujas”) nació en 1931. Fue el primer varón nacido en el clan real de los Kachwaha en más de un siglo, y por eso mismo su nacimiento fue celebrado por todo lo alto en la Corte de Jaipur.
La primera persona que llamó “Bubbles” al príncipe Bhawani fue su niñera británica, impresionada por la cantidad de champagne que se descorchó en los palacios del principado para celebrar su nacimiento. Se quedó para siempre con el apodo, corroborado por un carácter chispeante, afable y superficial. “¡Bubbles!”.
Durante años, no dejó de ser una expresión traviesa de todo cuanto se evapora con el siglo que el último descendiente de la estirpe de guerreros Kachwahas que se hizo con el control de esta zona del norte de la India hace exactamente mil años, que la última persona que ostentará la condición de maharajá de Jaipur como algo más que un título privado fuera un viejecito prematuro al que en la calle todos llamaban Bubbles.
Hijo de Sawai Man singh II y de la princesa Marudhar de Jodhpur, Bubbles fue educado en la Escuela The Doon, en Dehradun, y luego en la británica Harrow School. El príncipe sirvió en la Armada India, recibiendo varios honores y promociones, y llegó a liderar las tropas en la región Sindh de Pakistán durante la Guerra Indo-Pakistaní de 1917. En 1974 fue promovido al rango de Brigadier y posteriormente sirvió como Alto Comisionado Indio en Brunei, entre 1994 y 1998.
En 1970, tras morir su padre, había ascendido al trono de Jaipur, pero sólo ostentó el poder durante unos meses, ya que pronto llegó la abolición de los príncipes por la presidenta Indira Gandhi. Su primera esposa fue la princesa Padmini de Sirmur, que le dio a su única hija Diya Kumari, que no dudó, en 1997, en casarse con el hombre que amaba, Narendra, el hijo del chofer de la casa real, pese a la oposición de una buena parte de la familia real.
Considerado un símbolo político, cultural y religioso del moderno Rajastán, su alteza el maharajá Bhawani Singh (apodado familiarmente como “Bubbles”, o “Burbujas”) nació en 1931. Fue el primer varón nacido en el clan real de los Kachwaha en más de un siglo, y por eso mismo su nacimiento fue celebrado por todo lo alto en la Corte de Jaipur.
La primera persona que llamó “Bubbles” al príncipe Bhawani fue su niñera británica, impresionada por la cantidad de champagne que se descorchó en los palacios del principado para celebrar su nacimiento. Se quedó para siempre con el apodo, corroborado por un carácter chispeante, afable y superficial. “¡Bubbles!”.
Durante años, no dejó de ser una expresión traviesa de todo cuanto se evapora con el siglo que el último descendiente de la estirpe de guerreros Kachwahas que se hizo con el control de esta zona del norte de la India hace exactamente mil años, que la última persona que ostentará la condición de maharajá de Jaipur como algo más que un título privado fuera un viejecito prematuro al que en la calle todos llamaban Bubbles.
Hijo de Sawai Man singh II y de la princesa Marudhar de Jodhpur, Bubbles fue educado en la Escuela The Doon, en Dehradun, y luego en la británica Harrow School. El príncipe sirvió en la Armada India, recibiendo varios honores y promociones, y llegó a liderar las tropas en la región Sindh de Pakistán durante la Guerra Indo-Pakistaní de 1917. En 1974 fue promovido al rango de Brigadier y posteriormente sirvió como Alto Comisionado Indio en Brunei, entre 1994 y 1998.
En 1970, tras morir su padre, había ascendido al trono de Jaipur, pero sólo ostentó el poder durante unos meses, ya que pronto llegó la abolición de los príncipes por la presidenta Indira Gandhi. Su primera esposa fue la princesa Padmini de Sirmur, que le dio a su única hija Diya Kumari, que no dudó, en 1997, en casarse con el hombre que amaba, Narendra, el hijo del chofer de la casa real, pese a la oposición de una buena parte de la familia real.
La guerra de los maharajás
Los maharajás ya no son lo que eran, pero Bubbles siempre le puso hasta al peor tiempo la buena cara. Eternamente amable, cuando se le preguntaba por el secuestro de un avión de Air India retenido en Afganistán, contestaba con una sonrisa. Se le preguntaba por los crecientes problemas de convivencia entre hindúes y musulmanes en un estado como Jaipur, modelo de integración en el pasado, y envolvía de amabilidad sus pocas y trabajosas palabras.
Los maharajás ya no son lo que eran, pero Bubbles siempre le puso hasta al peor tiempo la buena cara. Eternamente amable, cuando se le preguntaba por el secuestro de un avión de Air India retenido en Afganistán, contestaba con una sonrisa. Se le preguntaba por los crecientes problemas de convivencia entre hindúes y musulmanes en un estado como Jaipur, modelo de integración en el pasado, y envolvía de amabilidad sus pocas y trabajosas palabras.
En el año 2003, Bubbles gastó sus últimas energías en convocar en el año 2003 a la familia y balbucear a duras penas la que probablemente fue la última gran decisión de su vida: “Tras muchos pensamientos y deliberaciones, he decidido adoptar a mi nieto. No tengo un hijo y la dinastía necesita a un heredero varón para heredar las propiedades de la familia”.
Luego, el hijo de un simple empleado del palacio, el pequeño Padmanabh, de 5 años, fue vestido con una casaca negra adornada por un pañuelo rojo y un turbante de seda, armado con un sable con la empuñadura forjada en oro y rematada con piedras preciosas y presentado ante los dioses hindúes como el próximo maharajá de Jaipur. No hubo grandes fiestas ni procesiones.
Luego, el hijo de un simple empleado del palacio, el pequeño Padmanabh, de 5 años, fue vestido con una casaca negra adornada por un pañuelo rojo y un turbante de seda, armado con un sable con la empuñadura forjada en oro y rematada con piedras preciosas y presentado ante los dioses hindúes como el próximo maharajá de Jaipur. No hubo grandes fiestas ni procesiones.
El añorado esplendor de tiempos remotos
Hoy, la guerra de los maharajás ha dejado de ser una pelea familiar interna para convertirse en la comidilla de Jaipur, además de último motivo de alejamiento entre los antiguos reyes y un pueblo llano, cansado de sus derroches y excentricidades.
En la última década la ciudad ha perdido su aspecto de capital provincial para convertirse en otra “megaurbe” india de tres millones de habitantes, la mayoría más preocupados por conseguir alimento que por la batalla palaciega. Las tensiones religiosas no han dejado de aumentar en la última década entre una población musulmana que se siente discriminada y una mayoría hindú exaltada por irresponsables y corruptos políticos locales.
El tráfico, la contaminación y el caos han restado esplendor a la Ciudad Rosa, que a pesar de ello sigue siendo uno de los grandes destinos turísticos del país. La realeza de Jaipur vive ajena a los problemas de la población e ignora, generalmente, a sus príncipes, que emplean el tiempo gastando su fortuna en joyas y propiedades en el extranjero y jugando al polo los fines de semana.
La influencia de la familia real sigue siendo importante gracias a sus contactos con los políticos locales y a su poder económico, pero en los últimos años sólo el personal del palacio o los más mayores se postraban ya ante Bubbles.
En la última década la ciudad ha perdido su aspecto de capital provincial para convertirse en otra “megaurbe” india de tres millones de habitantes, la mayoría más preocupados por conseguir alimento que por la batalla palaciega. Las tensiones religiosas no han dejado de aumentar en la última década entre una población musulmana que se siente discriminada y una mayoría hindú exaltada por irresponsables y corruptos políticos locales.
El tráfico, la contaminación y el caos han restado esplendor a la Ciudad Rosa, que a pesar de ello sigue siendo uno de los grandes destinos turísticos del país. La realeza de Jaipur vive ajena a los problemas de la población e ignora, generalmente, a sus príncipes, que emplean el tiempo gastando su fortuna en joyas y propiedades en el extranjero y jugando al polo los fines de semana.
La influencia de la familia real sigue siendo importante gracias a sus contactos con los políticos locales y a su poder económico, pero en los últimos años sólo el personal del palacio o los más mayores se postraban ya ante Bubbles.
Darío Silva D'Andrea
Imágenes de la coronación de Padmanabh Singh: