26 de junio de 2011

BODA REAL ¿El fin de la maldición?

Alberto, príncipe y jefe de Estado de Mónaco, espera que su boda sirva para cambiar la imagen de Mónaco. » Vea el ESPECIAL sobre la Boda Real

“Esta boda contribuirá a corregir la imagen estereotipada de Mónaco", dice el príncipe; "A que se conozca mejor la identidad monegasca y sus valores económicos, sociales, culturales, humanitarios, deportivos y medioambientales”. Según informó la Oficina de Turismo del principado, Montecarlo se va a convertir en “la capital del romanticismo”.

Sobre el papel de Charlene como princesa consorte, Alberto asegura que ella “ya está muy comprometida en el terreno humanitario, especialemente con los niños. Va a tener un papel en el mundo del deporte: ha sido nombrada embajadora de los ‘Specials Olympics’, una fundación dedicada a los deportistas minusválidos”. Sobre su principal tarea, la de procrear un heredero al trono, Charlene confesó que piensa tener hijos cuanto antes.

La dinastía Grimaldi, reinante desde 1297, fue siempre rica y desgraciada. Para procurarse el dinero, sus miembros se dedicaron a la actividad más productiva en cada momento de su historia: la guerra, la piratería, y finalmente los negocios y el turismo.

En las últimas décadas la palabra Mónaco estuvo ligada a su impresionante casino y a la tragedia de Rainiero III y sus hijos. Pero la muerte del viejo Rainiero y la coronación de su hijo significó una renovación sin precedentes en Mónaco: Alberto II reina decidido a dejar atrás el estigma familiar y apuesta al amor.

La primera vez que Alberto vio a Charlene, ella estaba nadando. “Después de verme nadar”, contó en una entrevista, “Alberto pidió permiso a mi manager para pedirme una cita. Estuvimos toda el día riendo y hablando”. No fue hasta cinco años más tarde, en diciembre de 2005, cuando se reencontraron en Ciudad del Cabo.

Para Wittstock, moverse entre la realeza no era un entorno natural y agradece lo fácil que su novio le hizo las cosas: “Alberto lo hizo fácil. Estaba claro que compartíamos las mismas pasiones, los dos nos emocionábamos mucho viendo a los atletas. El deporte es el común denominador en nuestras vidas”.

Una semana queda para que las campanas de las iglesias de Mónaco vuelvan a anunciar el amor. Las últimas veces que sonaron, fue para anunciar las muertes de Rainiero III, hace seis años, y de Grace Kelly, en 1982, que cubrieron el Principado de luto y tristeza. Desde entonces, nunca más vio Mónaco a un príncipe feliz. Hasta ahora.

Algunos dicen que la maldición surgió hace 700 años, cuando una gitana que había sido raptada, golpeada y violada por el desagradable Rainiero I le prometió que ninguno de sus descendientes encontraría la felicidad. Otros, aseguran que la suerte de la dinastía quedó sellada cuando el príncipe Luciano envenenó a su propio hermano para hacerse con el poder, en el siglo XVI.

Alberto II llega al altar luego de 58 años obstinada soltería, al igual que otro príncipe, Honorato V, que reinó hace 200 años. Muchas teorías se tejieron en torno a esta tenaz negativa del príncipe a contraer matrimonio. Desde quienes le atribuían un insaciable donjuanismo, hasta los que cuestionaban sus inclinaciones sexuales.

Puede sospecharse, sin embargo, que la razón de Honorato V era más sencilla: le bastaba con repasar la desdichada historia conyugal de sus antepasados para conservar una saludable aversión al matrimonio. Lo mismo habrá pasado con Alberto II.

Darío Silva D'Andrea


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