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Una Wallis muy fría para el dinero, que siempre justificó los medios para un fin y con una fijación enfermiza por la delgadez y la acumulación de joyas, moda y derroche en tiempos de guerra resurge en el nuevo libro de Anne Sebba, Esa mujer. La vida íntima de Wallis Simpson, básico para los seguidores de la duquesa, nacida Bessie Wallis Warfield. Ni la Historia ni el libro olvidan que, mientras la población mataba por un trozo de pan en la Segunda Guerra Mundial, los duques de Windsor eran una pareja de bon vivants que vivían en un maravilloso palacete de la Costa Azul rodeados de lo mejor. Porcelanas chinas, pinturas, muebles de época y, sobre todo, muebles y objetos traídos de Inglaterra para que el duque añorara menos un palacio y un estilo de vida al que había renunciado por una norteamericana dos veces divorciada, fea y con un pasado de amantes desperdigados por el mundo y de años en Shanghai donde, siempre dijeron las malas lenguas, había aprendido gratificantes técnicas sexuales. Huelga contar lo que todos recordamos al ver la película El discurso del rey: el príncipe Eduardo VIII de Inglaterra renuncia a ser rey en 1936 a través de un mensaje radiofónico en el que explica a su pueblo que abdica “para poder casarme con la mujer que amo”. El libro describe todo los laberintos y peldaños que una anónima norteamericana que vivía de la pensión mensual de un tío rico que supo escalar para acercarse a un Eduardo, un hombre pusilánime y nada brillante que, desde que la conociera hasta que expiró, dedicó su vida a hacer feliz y cubrir de regalos a una mujer que le tenía hipnotizado y que, a veces, hasta le ridiculizaba en público porque no había conseguido hacerla reina de Inglaterra. El libro cuenta minuciosamente el doblete que durante años mantuvo Wallis entre el príncipe y su segundo marido, Ernest Simpson, que aguantó que la prensa le llamará cornudo y calzonazos a él, y a ella bruja, tentadora perversa y femme fatale que casi destruye la monarquía. Incluso, según el libro, una gran pintada decían en Aberdeen: “Fuera la puta americana”. Los criados de Fort Beldevere, casa del príncipe, contaban que Eduardo se echaba a llorar por los insultos y regañinas que le profería el príncipe. “Existía una comunión intelectual”, dice la autora,“pero, además, una devoción servil con ribetes masoquistas”. Mientras, la prensa opinaba que ella “no estaba enamorada de él sino de la opulencia, el estilo de vida que le rodeaba, la forma en que se le abrían todas las puertas. Él incluso se volvió simpatizante de los nazis con tal de apoyarla. El libro ofrece la foto en que ambos saludan con sonrisa de oreja a oreja a Hitler en 1937. Ante la animadversión popular -"la ven con desprecio hasta los más bajos de las clases bajas” –y los bombazos contra ella que preparaba The Times–, la señora Simpson tuvo que huir de Inglaterra escondida en un coche, con la cara tapada con una manta y más de 100.000 libras en joyas. Embrujado, infantil, el duque no paraba de repetir: "me casaré con ella y me marcharé..." Para mantener la conciencia libre, Wallis se engañaba a sí mismo afirmando que la crisis de la abdicación era un complot gubernamental para deshacerse de un rey difícil, pero lo cierto es que nada más abdicar, el rey se embarcaría en Portsmouth y no regresaría hasta muchos años después. Wallis, que murió 10 años más tarde, había ganado la partida a Inglaterra. |
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