Famoso por su peculiar sentido del humor y por su lealtad a Isabel II de Inglaterra, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, celebrará el viernes discretamente su 90 cumpleaños, de los cuales dedicó casi 60 al servicio de su esposa y reina.
El príncipe consorte más longevo de la historia británica podría haberse permitido un día de descanso, pero el irascible patriarca de los Windsor, poco afecto a los festejos, seguirá trabajando.
Su avanzada edad no parece impresionarle. "Bueno, ¿y qué? Uno se hace un poco más viejo", dijo en una entrevista concedida con ocasión de su cumpleaños a la cadena de televisión ITV. Invitado a hacer balance de su vida, el duque dijo sin explayarse demasiado: "Hubiese preferido no cometer los errores que cometí". "¡Pero no voy a decirles cuáles fueron!", agregó.
A pesar de que su carácter no siempre cayó bien, y en multitud de ocasiones se permitió chistes que incluso causaron tensiones diplomáticas entre Inglaterra y otros países, Felipe de Edimburgo se ganó a pulmón la simpatía de los británicos, con su trabajo de patronazgo en alrededor de 800 organizaciones en las que tiene cargos, algunos de los cuales ahora empezará a abandonar poco a poco.
El primer ministro David Cameron le rindió homenaje el miércoles en el Parlamento, diciendo que el duque fue un "compañero constante y una fuente de enorme fuerza para la reina" Isabel. "Nos ha servido a los británicos con un inalterable sentido del deber", agregó.
El primer ministro David Cameron le rindió homenaje el miércoles en el Parlamento, diciendo que el duque fue un "compañero constante y una fuente de enorme fuerza para la reina" Isabel. "Nos ha servido a los británicos con un inalterable sentido del deber", agregó.
Esta ocasión sirve para recordar el agitado viaje que hace 50 años realizó a la República Argentina, cuando -llegado el 22 de marzo de 1962 a Buenos Aires- fue recibido por el presidente Arturo Frondizi. Era entonces uno de los miembros más conocidos de la Europa de reyes, y destacaba por una simpatía juvenil que, junto a la de su esposa había logrado convertir a la Corona Británica en la más popular del mundo.
Su estadía se vivió como una visita de cortesía, pero mucho más tarde los medios ingleses revelarían los verdaderos motivos de la presencia del duque en Argentina, asegurando que su vida pudo haber corrido serio peligro en nuestra tierra.
Al parecer, por disposición del gobierno laborista de Harold McMillan, y con el apoyo de Isabel II, Felipe fue enviado para respaldar al tambaleante gobierno de Frondizi, que corría el peligro de ser derrocado por fuerzas adeptas al exiliado general Perón.
Una serie de documentos clasificados y telegramas (publicados en 1997), dan cuenta de que el entonces embajador británico, George Middleton, confiaba en que mientras Felipe estuviera en Argentina nadie se atrevería a dar un golpe de Estado, que parecía inminente.
La familia real cuestionó la visita y el duque se mostró renuente a viajar, precisamente por los rumores golpistas. Pero, a pesar del riesgo, la cancillería británica minimizó la cuestión y presionó para que el príncipe se embarcara en una visita a las comunidades británicas de once países sudamericanos, bajo el pretexto de potenciar la industria británica.
En Argentina, sin embargo, la verdadera misión de Felipe sería garantizar la permanencia de Frondizi en el poder. “Considero que ni el presidente ni los militares utilizarán su presencia con fines partidarios o políticos”, decía uno de los telegramas de Middleton y continuaba: “La decisión de no cancelar la visita será interpretada como una demostración de nuestra confianza en Frondizi...pero esto no es malo y ayudará a estabilizar a la opinión pública. Después de todo, no favorecemos un regreso al peronismo”.
La familia real cuestionó la visita y el duque se mostró renuente a viajar, precisamente por los rumores golpistas. Pero, a pesar del riesgo, la cancillería británica minimizó la cuestión y presionó para que el príncipe se embarcara en una visita a las comunidades británicas de once países sudamericanos, bajo el pretexto de potenciar la industria británica.
En Argentina, sin embargo, la verdadera misión de Felipe sería garantizar la permanencia de Frondizi en el poder. “Considero que ni el presidente ni los militares utilizarán su presencia con fines partidarios o políticos”, decía uno de los telegramas de Middleton y continuaba: “La decisión de no cancelar la visita será interpretada como una demostración de nuestra confianza en Frondizi...pero esto no es malo y ayudará a estabilizar a la opinión pública. Después de todo, no favorecemos un regreso al peronismo”.
El diario Sunday Times confirmaría muchas décadas más tarde que el gobierno inglés estaba realmente desesperado por mantener a Frondizi en el poder, porque había sido electo democráticamente y era visto como amigo de Occidente en plena Guerra Fría. La junta militar previa, la que había derrocado a Perón en 1955, había nacionalizado muchas compañías británicas y había inspirado sentimientos antibritánicos generalizados.
La gira, según el diario, “fue un constante juego de azar”. Una cena oficial en honor al príncipe el día de su llegada fue interrumpida por informes de una revuelta militar y el auto en el que se trasladaba el príncipe fue blanco de estudiantes porteños que le tiraron huevos.
Después fue al congreso para visitar a los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, se le acercó un hombre y a gritos protestó contra la ocupación británica de las Islas Malvinas. El duque quedó un tanto sorprendido y entró rápidamente en el edificio. Minutos después, el nombre de las Malvinas volvió a sonar, esta vez dentro del recinto legislativo, pero este segundo incidente tampoco tuvo mayores consecuencias.
El 27 de marzo, el viajero tuvo que abandonar presuroso suelo porteño. ¿La causa? Las Fuerzas Armadas habían decidido deponer a Frondizi.
Mientras las tropas comenzaban a marchar por Buenos Aires, el príncipe fue evacuado inmediatamente la capital y enviado a la estancia de una dama de la alta sociedad argentina, Magdalena Nelson, viuda de Blaquier.
La gira, según el diario, “fue un constante juego de azar”. Una cena oficial en honor al príncipe el día de su llegada fue interrumpida por informes de una revuelta militar y el auto en el que se trasladaba el príncipe fue blanco de estudiantes porteños que le tiraron huevos.
Después fue al congreso para visitar a los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, se le acercó un hombre y a gritos protestó contra la ocupación británica de las Islas Malvinas. El duque quedó un tanto sorprendido y entró rápidamente en el edificio. Minutos después, el nombre de las Malvinas volvió a sonar, esta vez dentro del recinto legislativo, pero este segundo incidente tampoco tuvo mayores consecuencias.
El 27 de marzo, el viajero tuvo que abandonar presuroso suelo porteño. ¿La causa? Las Fuerzas Armadas habían decidido deponer a Frondizi.
Mientras las tropas comenzaban a marchar por Buenos Aires, el príncipe fue evacuado inmediatamente la capital y enviado a la estancia de una dama de la alta sociedad argentina, Magdalena Nelson, viuda de Blaquier.
“Al gobierno le hacía falta sacar a Felipe de Buenos Aires, a causa del peligro”, explicó la señora. “Durante la crisis no podían alojarlo en ninguna parte de la ciudad, y por eso se vino al campo, a mi casa”. Un golpe de Estado en su presencia hubiera sido interpretado como un acto de mal gusto.
Cuando Frondizi presentaba su renuncia, el príncipe Felipe estaba oculto en la estancia “La Concepción”, una vasta propiedad ubicada a 140 km. de la Capital Federal.
“Como no hablaba español”, prosigue Magdalena, “y mi inglés no era muy bueno, nos entendimos en francés… Felipe compartió la granja con mis hijos y yo, además del matrimonio que nos cuida. Era muy simpático, un hombre gracioso, atento, tranquilo. Por las noches jugaba a las cartas con los muchachos, y le organicé cuatro partidos de poco a su nivel. No es un jugador demasiado bueno, pero tiene pasión por el polo”.
Años más tarde, el príncipe Carlos conoció a Magdalena Nelson, a quien le preguntó: “¿Qué le hizo usted a mi padre? Cada vez que sale el tema de Sudamérica, solo habla bien de Argentina, por lo bien que lo trataron en La Concepción”.
Darío Silva D'Andrea