2 de agosto de 2011

Laurent de Bélgica, el príncipe vetado

Laurent de Bélgica era conocido como "el príncipe de las manos verdes" por su labor ecologista. Pero ya hay quien le llama "el príncipe de las manos largas" por su afición a derrochar de dinero público.

En todas las familias, incluso en las que se apellidan Saxo-Coburgo-Gotha, hay una oveja negra. Ser el hermano menor ayuda, pero si a eso le sumas cualidades como la impertinencia, la torpeza y el amor desmedido por el lujo, ya lo tienes todo hecho.

Su tío fallecido, el rey Balduino, ya advirtió estos matices en su carácter. Por eso, dicen, en 1991 decidió cambiar las leyes para que pudieran reinar las mujeres y, de paso, hacerle retroceder del tercer puesto en la línea sucesoria hasta el 12 que ocupa ahora. 

Alejarle de la carrera al trono solo sirvió para que centrara su energía en llenarse los bolsillos Y si es con dinero público, mejor.

No es casualidad que solo dos años después de que se aboliera la Ley Sálica, el benjamín de la familia metiera a los 'royals' belgas en el lío más gordo que se recuerda desde las infidelidades de los entonces príncipes Alberto y Paola: el desvío de fondos de la Marina para sufragar los gastos de la remodelación de su casa cerca de Bruselas le convirtió en el primer miembro de la familia real en sentarse en el banquillo de un tribunal.

Acudió solo como testigo y ni siquiera fue multado, pero lo que no pudo evitar fueron los comentarios en la prensa de su exasesor, el coronel Noël Vaessem, que le describió como "un joven perezoso y obsesionado con la búsqueda permanente de dinero". 

Dinero que invierte en Ferraris, joyas y propiedades, pero que le cuesta gastarse en pequeños detalles, como saben muy bien los empleados de Brussels Airlines, que tiemblan cuando el nombre del príncipe Laurent aparece en la lista de pasajeros, ya que el príncipe es aficionado a exigir primera clase con su pasaje de turista.

Un príncipe 'verde'

Su desconocimiento de los códigos aéreos puede deberse a que él es más de mar, como su padre. Tras terminar sus estudios en la Universidad de Lovaina –los dio por finalizados él, ya que nunca acabó la carrera de veterinario– se alistó en la Marina. 

Después, se ha especializado en la defensa de los animales y el medio ambiente: preside el Instituto Real para la Gerencia sostenible de Recursos Naturales y varias fundaciones privadas, entre las que se encuentra la Fundación Príncipe Laurent, una fachada, según denuncian sus detractores para ocultar las numerosas propiedades de lujo que posee y llevar a cabo turbios negocios ecomillonarios.

Su amor al medio ambiente hizo más raro aún que se casara con la hija de un fabricante de plásticos. Claire Coombs, inglesa de nacimiento y de origen plebeyo, es experta en sonreír y callar. Al contrario que sus cuñadas, la perfecta Matilde y la princesa Astrid, Claire no tiene actividad pública. 

Su principal tarea es el cuidado de sus tres hijos: Louise, de siete años, y los gemelos Nicolás y Aymeric, de cinco.

A Laurent le hubiera ido muy bien si se hubiera dedicado, como ella, a pasar desapercibido, pero es que además de todos sus escándalos, tiene fama de torpe y tendencia a saltarse el protocolo, unas veces sin querer –como cuando se cayó en la boda de Alberto y Charlene– y otras con toda la intención de provocar.

"Ya sé que dicen que soy 'un bastardo'. Que no soy hijo de mi padre. Bueno, cuando me concibieron, ¡yo no estaba presente!", ha dicho sobre los rumores de que es fruto de un romance de 'la princesa venida del sol', como llamaban a su madre en su juventud, y el financiero italiano Aldo Vastepone.

En su última aparición pública no tuvo otra cosa que hacer que preguntarle a una periodista embarazada: "¿Qué tal va tu bestia?". No es de extrañar que su padre haya decidido excluirle de la vida pública. El príncipe ha sido el gran ausente en los actos oficiales de la Fiesta Nacional.


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