14 de julio de 2011

Así fueron, hace 95 años, los funerales del emperador de Austria, "un pobre pecador"

A apenas horas del funeral y entierro en Viena del Archiduque Otto y de su esposa, Regina, el recuerdo del viejo imperio austrohúngaro persiste en algunas tradiciones que volverán a tomar vida en la próximas ceremonias. Fotos y video.



Recordamos aquí cómo fue, en 1916, el funeral imperial de Francisco José, cuyas imágenes retratan al pequeño Archiduque Otto, el heredero de apenas cuatro años, caminando en el cortejo fúnebre por las calles de Viena.

A mediados de noviembre de 1916, aunque continuaba trabajando y concediendo audiencias como de costumbre, el Emperador Francisco José, de 87 años, se encontraba mal de salud. Los médicos, Kerzl y Ortner, se resistían a realizar una declaración oficial.

La archiduquesa Zita (esposa del príncipe heredero Carlos) temió lo peor y el 12 de noviembre le envió a su esposo, que se encontraba en Segesvár (Transilvania), un telegrama cifrado pidiéndole que regresara a Viena cuanto antes.

Al llegar a Schömbrunn, el Emperador le dijo que volviera al frente: eso confirmó sus temores. Poco después, el 20 de noviembre, los médicos le detectaron una grave infección pulmonar.

El 21 de noviembre Francisco José se levantó a las cuatro de la madrugada, y trabajó en su despacho, como de costumbre, hasta las ocho en punto de la mañana. Tenía 38 grados de fiebre, pero no quiso alterar un ápice su ritmo de vida, regular y preciso como las agujas del reloj.

Media hora después recibió a Montenuovo, el chambelán. Este le vio en tan mal estado que decidió llamar al capellán. Cuando este llegó, se encontró, ante su sorpresa, al emperador de pie, en el centro de la sala, aguardándole.

A las once y poco después fueron a verle Carlos y Zita que le pidieron que se sentara. Para el anciano aquella trasgresión de la etiqueta resultaba inconcebible: no debía estar sentado en presencia de una dama. Pero en esta ocasión su estado físico pudo más que la rígida etiqueta que había presidido su vida y que le acompañaría hasta el último momento, porque al despedirse de ellos regresó a su mesa de trabajo, donde continuó estudiando informes y firmando documentos.

Se acostó a la hora prevista y las ocho y media de la noche se despertó agonizante. Avisaron a Carlos y Zita, que estuvieron presentes cuando le dieron los santos Óleos. A las nueve y cinco en punto, tras pronunciar el Amén final de la plegaria, expiró.

Había reinado sesenta y ocho años sin interrupción; el periodo más dilatado de un monarca europeo conocido hasta la fecha.

Según la Pragmática Sanción, que no preveía una coronación, Carlos se había convertido tras la muerte de Francisco José en el nuevo Emperador Carlos I de Austria; tras su juramento sería Carlos III de Bohemia y Carlos IV de Hungría; era rey de otros muchos reinos.

Su primer acto oficial consistió en presidir la comitiva fúnebre de Francisco José por las calles de Viena. Zita le acompañaba cubierta de pies a cabeza con un tupido velo negro, y entre los dos caminaba el pequeño Otto.




El traslado del féretro se realizó conforme al protocolo imperial.

Doscientos militares a caballo daban paso a la carroza fúnebre, tirada por seis corceles negros.

Cuando llegaron a la iglesia de los capuchinos, el cortejo se detuvo frente al portón de entrada, y allí, siguiendo una tradición secular, un dignatario se acercó a la puerta y dio un fuerte aldabonazo.

— ¿Quién es? -preguntó una voz desde el interior.
—Su Majestad Imperial Francisco José, Emperador de Austria, Rey de Hungría, Rey de Bohemia....- y el dignatario siguió enumerando títulos.
—No le conocemos –se escuchó.
Se repitió la pregunta, con idéntica respuesta.
El dignatario golpeó el portón por tercera vez.
— ¿Quién es?
— Un pobre pecador.
— Que pase.

Se abrieron las puertas que conducirían el féretro hasta la cripta que ordenó construir en 1619 el Emperador Matías como panteón de los miembros de la dinastía. Había perdido dos grandes guerras durante su largísimo reinado y había muerto mientras se desarrollaba la tercera. Fue enterrado entre su esposa y su hijo, muerto los dos de forma violenta.



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